Última edición Staff Links Contacto Instituto Clínico de Buenos Aires Seguinos en FacebookSeguinos en Facebook
Consecuencias
 
Edición N° 15
 
Mayo 2015 | #15 | Índice
 
Sobre la dignidad de las víctimas. Palabra y silencio
Por Margarita Álvarez Villanueva [*]
 
Gárgola en el techo del Duomo, Milán. Foto de Margarita Álvarez.

El término "víctima" se asocia con frecuencia en los discursos –sociales, filosóficos o jurídicos–, vinculados a los Derechos Humanos, con el término "dignidad", bien sea porque se hable de que se le ha arrebatado su dignidad a la víctima o bien sea porque se abogue por darle o por devolverle su dignidad.

La dignidad se considera en esos mismos discursos un valor del ser humano en cuanto es autónomo y puede tomar decisiones con libertad, es decir, sabe gobernarse a sí mismo, lo que le vuelve merecedor de respeto. Podríamos decir, ayudándonos de las operaciones lacanianas de causación subjetiva, que la dignidad sería una cualidad del sujeto que se ha procurado un estado civil separándose del Otro.

Pero hay situaciones en las que la autonomía de la persona está severamente disminuida, cuando no cancelada, y, sin embargo, los sujetos mantienen su dignidad. La dignidad puede entonces pensarse más bien como algo que un sujeto puede perder por sí mismo que algo que los otros pueden arrebatarle o, en consecuencia, devolverle.

Ella nombra la capacidad de elegir, incluso en aquellas ocasiones en que, en muchos sentidos, no se puede elegir nada. Implica la capacidad de responder aunque, a veces, la única respuesta posible ante la confrontación con un real indecible sea el silencio. Otras, por ejemplo, el sujeto aborda lo irrepresentable a través de la escritura.

En sus Memorias de la casa muerta,[1] de 1862, Dostoievski recoge parte de su experiencia en el presidio militar de Omsk (Siberia) donde fue deportado, a mediados del siglo diecinueve, por su activismo socialista. Si el ingreso en prisión le sume de entrada en la desesperación y el aislamiento, poco a poco empieza a relacionarse con los otros presidiarios: algunos, prisioneros políticos como él; otros, soldados procedentes de batallones de castigo, pero la mayoría contrabandistas, falsificadores y bandoleros de oficio, pequeños ladrones, homicidas ocasionales, etc. También, algunos "criminales pervertidos y feroces". A excepción de unos pocos nobles como él, la mayoría es gente del pueblo, cuyas vidas parecen dramáticamente determinadas desde su inicio por unas condiciones socioeconómicas en extremo duras.

Con un relato organizado a modo de un informe sobre el presidio, va describiendo a los otros presidiarios, pero también a los mandos. Cuenta sus rutinas pero también sus rigores: la arbitrariedad de la disciplina y de los castigos físicos, las torturas y las humillaciones vanas y, también, la crueldad de las normas sin sentido. Pero, "el hombre, escribe, es un ser que se acostumbra a todo; ésa es, pienso, su mejor definición".[2]

Dostoievski descubre en el presidio una realidad común e infame a la que, en tanto aristócrata, no ha sido sensible hasta la fecha: el dolor del pueblo ruso condenado de entrada a una vida injusta y miserable, sin esperanza. Este descubrimiento le transforma llevándole a cuestionar los ideales políticos por los que ha ido a prisión.

"Los hombres, afirma, son hombres en todas partes. Incluso, en el presidio, entre criminales, durante esos cuatro años pude, finalmente, distinguir a la gente". Esto le hace valorar finalmente que el tiempo pasado en el presidio, pese a todo, no ha sido en vano: desconocedor hasta entonces, como aristócrata, de la realidad del pueblo ruso, ahora lo conoce mejor que nadie y puede escribir sobre él. Esta transformación tiene, para él, un sentido de regeneración que expresará en las últimas líneas de las Memorias, como la posibilidad de una nueva vida, lo que llama "una resurrección de entre los muertos".[3] Este cambio se hará patente en Apuntes del subsuelo,[4]de 1864, su siguiente obra.

Las Memorias inauguran la literatura penal rusa y su estilo influirá y proporcionará el marco a otras obras posteriores, tal y como se puede apreciar en el reportaje que hizo Chéjov, en 1895,[5] en la isla de Sajalín donde había una colonia peninteciaria; o también, en las obras de Alexander Solzhenitsin sobre los gulags soviéticos, ya en el siglo XX.[6]

Encontramos la marca de esta obra asimismo en la llamada Trilogía de Auschwitz, de Primo Levi.[7] El autor hace allí un guiño a las Memorias cuando, al agradecer las únicas palabras amables recibidas a su llegada al Lager, afirma no haber olvidado la cara mansa del joven prisionero que le "acogió en el umbral de la casa de los muertos".[8]

Las reflexiones sobre qué es un hombre atraviesan la trilogía. Para él, los hombres no son hombres en todas partes como decía Dostoievski: No son hombres siempre. Es el uso de la palabra, afirma, el que hace que los hombres sean hombres.

En el Lager, "el uso de la palabra había caído en desuso (...)".[9] "Los prisioneros eran despojados de todo, hasta de sus nombres". Respecto a los nazis y a todos aquellos prisioneros que colaboraron en distinto modo y grado con ellos, añade: "Los personajes de estas páginas no son hombres. Su humanidad –podríamos leer "su dignidad"–, estaba sepultada o ellos mismos la habían sepultado bajo la ofensa súbita o infligida a los demás (...) Todos ellos estaban emparentados por una unitaria desolación interna".[10]

Gracias a otro prisionero, que le hace recordar que aún había un mundo justo fuera del suyo, Primo Levi afirma no haber olvidado que era un hombre[11] durante ese tiempo marcado por la "huelga moral del nazismo".[12] Una afirmación que me recuerda otra distinta realizada, años después, por Aaron Appelfeld según la cual, a pesar de todo lo vivido durante la segunda guerra mundial, él ha seguido confiando en la humanidad.[13]

Palabra y silencio

Si el uso de la palabra a menudo nos humaniza, esto no quiere decir sin embargo que el silencio necesariamente nos deshumanice. El uso de la palabra, tomar la palabra, pone siempre en juego un tiempo propio para cada uno y, más aún, después del encuentro con un real devastador que hace caer los ideales de la civilización en los que nos sostenemos. Este tiempo es particular a cada cual y es necesario, no se puede forzar ni juzgar como algo negativo.

Jorge Semprún lo transmite muy bien cuando explica en La escritura o la vida[14] que, a su salida de Buchenwald, él necesitó más de diez años para poder empezar a escribir, porque si lo hacía, sabía que no podía escribir sobre otra cosa que sobre lo vivido en el Lager. Necesitaba tomar distancias del hecho de haber sido atravesado por la muerte, de haberla vivido de algún modo, de haber regresado de ella.[15] Él no podía escribir y elegir la vida.

Hay el tiempo propio de cada cual para poner la distancia, la separación con el Otro, que pensar requiere. Es el tiempo particular para salir de la "casa de los muertos", es decir, para volver a desear después de la devastación.

Sin embargo, no se trata de contraponer víctima y sujeto, de hacer equivaler a alguien identificado a una víctima con alguien en posición de objeto. Identificarse a la víctima puede ser la manera en la que un sujeto tome la palabra. A veces, un sujeto puede hacer un uso del significante "víctima", por ejemplo, para empezar a separarse del encuentro con un goce devastador y ponerse así del lado de la vida.

La clínica analítica es una clínica siempre del uno por uno. Y la única dignidad que podemos "dar" a un sujeto es tratarlo como tal, concederle su lugar y su tiempo para que en algún momento pueda advenir, es decir, responder.

 
* Texto publicado en PIPOL News, boletín del 3º Congreso Europeo de Psicoanálisis, PIPOL 7: ¡Víctima!, el 20 de abril de 2015.
Margarita Álvarez Villanueva es psicoanalista en Barcelona, miembro de la ELP y de la AMP, Directora de la Comunidad de Catalunya de la ELP.
 
Notas
  1. Dostoievski, F., Memorias de la casa muerta, De Bolsillo, Barcelona, 2004.
  2. Op.Cit., p. 45.
  3. Op.Cit., p. 414.
  4. Dostoievski, F., Apuntes del subsuelo, Alianza Editorial, Madrid, 2000.
  5. Chèjov, A., La isla de Sajalín, Alba, Barcelona, 2005.
  6. Obras tales como Un día en la vida de Iván Ilich o Archipiélago Gulag.
  7. Levi, P., Trilogía de Auschwitz, Aleph Editores, Barcelona, 2005.
  8. Op.Cit., p. 53.
  9. Op.Cit., p. 549.
  10. Op.Cit., p. 550.
  11. Op.Cit., p. 156.
  12. Levi, P., Vivir para contar. Escribir tras Auschwitz, Alpha-Decay, Barcelona, 2010, parte 3.
  13. Appelfeld, A., Historia de una vida, Península, Madrid, 2005.
  14. Semprún, J., La escritura o la vida, Tusquets, Barcelona, 1998.
  15. Op.Cit., p. 27.
 
 
Kilak | Diseño & Web
2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA