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Consecuencias
 
Edición N° 15
 
Mayo 2015 | #15 | Índice
 
Violencia en las escuelas y psicoanálisis aplicado
Por María Paula Castro
 

María Paula Castro¿De qué hablamos cuando hablamos de violencia en las escuelas? Hacemos una diferenciación de las violencias: en, hacia, desde la escuela. Recortamos el problema, tomando un rasgo que nos permitirá poner a trabajar el síntoma, problematizando los sentidos naturalizados. La naturalización de las relaciones violentas hace que una situación de conflicto pueda ser ignorada por compañeros y también por adultos responsables.

Žižek establece que la violencia divina es producidapor fuera de la ley, una violencia que destruye sin límites y que es sin ningún sentido. Diferente de la violencia mítica que tiene un sentido, que es el de instaurar el derecho, poniendo límites, culpando y castigando. Corresponden al sentido o al sin–sentido que se le atribuye al acto violento. La violencia divina se trata de la violencia que surge de la nada, que aparece como injusticia, como una explosión de capricho, a la que podemos llamar violencia sin–sentido, o por diversión. Es este tipo de violencia la que se ve cada vez con más frecuencia en la escuela. El sin–sentido del acto violento se la puede observar entre alumnos en los episodios denominados de Bullying, pero también y con cada vez mayor frecuencia se observan episodios violentos de los padres a los profesores, o de los alumnos a los profesores. Lejos estamos del "teach leave them kids alone" de The Wall.

En una relación de autoridad siempre está presente la dimensión del poder pero el ejercicio del poder no está necesariamente vinculado a la figura de la autoridad. La autoridad se constituye como tal solo si es reconocida, y en este acto de reconocimiento, la autoridad se legitima. Para motorizar una búsqueda activa por parte del alumno es indispensable que el docente le suponga un saber al alumno y que este se lo suponga a su maestro. Creemos que estos episodios de violencia en las escuelas evidencian la ausencia de una masa: no hay nadie que ocupe, según la interpretación freudiana, el lugar del Ideal del yo y cohesione entre sí a los sujetos involucrados. Por lo tanto la violencia se horizontaliza.

Nos encontramos frente a la dispersión característica de las sociedades de consumo, los consumidores no hacen masa, no hay una relación de lazo entre ellos. Estamos en una época donde el reconocimiento de la figura de autoridad y su consecuente legitimación es cada vez más difícil en el ámbito de la escuela pero no solamente allí. La inmediatez de los medios tecnológicos, el saber al alcance de todos con solo hacer un click, hace que la suposición de saber se torne cada vez más compleja.

También se observa que la violencia en la escuela se da como respuesta a la exclusión, a la segregación que se produce como tratamiento de lo hétero, de lo diferente.

Dice Aníbal Leserre, que en Freud el racismo y la segregación son ubicados como lo diverso que altera al sujeto a partir de lo extraño y que hace o genera una alianza con el parecido contra el diferente.

Laurent va a decir que una colectividad no comienza por un vínculo identificatorio que constituiría una clase, sino por un rechazo, una exclusión. En el origen de la fraternidad esta la segregación. Mario Goldenberg en su texto sobre Segregación y fascinación establece que es ante lo hétero del goce, de lo extranjero del goce, que se constituye otro, el extranjero, el negro, el turco, el judío, el puto, etcétera.

Lacan dirá al respecto que la segregación es un efecto estructural del lazo colectivo y que opera sobre lo diferente. El racismo es entonces el odio al goce del otro. La imposición y/o control segregativo se da entonces, imponiendo una forma de goce.

Bassols va a decir algo más interesante y novedoso, porque sitúa en el pasaje al acto agresivo a un sujeto que golpea en el otro aquello que no ha podido integrar de su propia alteridad en la imagen narcisista y unitaria del yo. "El acto violento se revela entonces como el rechazo más absoluto de lo que es diferente y, en especial, de lo que hay de diferente, de heterogéneo, en la propia unidad narcisista."[1] Se busca y se golpea en el otro lo que el sujeto no puede simbolizar, lo que no puede articular con palabras sobre sí mismo.

Hacemos una diferenciación entre Bullying y Violencia, diferenciación que nos resulta de fundamental importancia, no solo por la diferencia en la lectura que se realiza del acto violento, sino porque de esa lectura depende la intervención que podamos hacer.

Cuando hablamos de Bullying hacemos una lectura fantasmática de los episodios de violencia en las escuelas, poniendo el acento en la víctima y no en el victimario, ni en los que participan de la escena a modo de espectadores. En la lectura que se hace de lo sucedido algo pasa, se toma como horroroso lo que es del orden de lo sintomático.

La explicación es más compleja que una explicación binaria de los efectos víctima–victimario. No entendemos a los alumnos como "matones", ya que de este modo cristalizamos a los estudiantes en una posición y desconocemos la posibilidad de modificar comportamientos. Entendemos que en este enfoque esta corrido el lugar del adulto y su posición y responsabilidad en la construcción de los vínculos entre pares.

Cuando hablamos de intervenciones posibles desde el psicoanálisis en relación a la problemática de la violencia en las escuelas, estamos hablando de psicoanálisis aplicado, o sea un psicoanálisis aplicado a la terapéutica, pero que no deja de ser propiamente psicoanálisis bajo el pretexto de la terapéutica.

La división entre los dos psicoanálisis, el puro y el aplicado, se basa en la diferencia entre el síntoma y el fantasma, es en la noción de un más allá del síntoma donde se encuentra el fantasma.

El psicoanálisis puro, es el psicoanálisis que lleva al pase del sujeto. Es el psicoanálisis que se concluye con el pase. En cambio el psicoanálisis aplicado concierne al síntoma, es el psicoanálisis en tanto que aplicado al síntoma.

En un caso tenemos la salida por el lado del pase, en el otro caso podemos hablar de la curación como salida dirá Miller. Y aclarará que no es menos problemática la salida por el pase que la salida por la curación. El pase en todo caso, es la noción de curación que tendría el carácter de radical, de definitiva.

"En la medida en que esta oposición mantiene que el síntoma es lo que no funciona, lo que hace daño, y el fantasma aquello en lo que se está bien, o al menos aquello de lo que se puede obtener goce, ha fundamentado la distinción entre psicoanálisis puro y aplicado"[2]

El psicoanálisis terapéutico sería una forma restringida del psicoanálisis puro.

J.–A. Miller se pregunta ¿Qué formas de lazo social se tejen hoy, en qué el discurso analítico tiene un remedio para ello? ¿Qué movimiento operar para cambiar un establecimiento escolar, de salud pública, educativo o de justicia en una institución que sepa acoger el fuera de la norma? ¿Cómo entender la cuestión hospitalaria como lugar de una clínica verdadera? ¿Qué recursos movilizar en las instituciones para acoger al sujeto y su síntoma? ¿El psicoanálisis puede recurrir a la institución? ¿En qué la institución lo sirve? ¿En qué lo evita?

Y dirá que "las cuestiones de psicoanálisis puro de las que trata la AMP encuentran su razón de ser en la práctica analítica donde puede salvaguardarse la especificidad: si no hay analistas, no hay psicoanálisis. Pero inversamente es inimaginable que los psicoanalistas descuiden en nombre de la pureza del psicoanálisis sus aplicaciones, en suma que afinen el instrumento para no servirse de él. No podrían refugiarse en formar psicoanalistas e interrogar el fin de análisis, tienen que asegurar lo que Lacan define como la segunda sección de su Escuela, la del psicoanálisis aplicado a la terapéutica: todos tienen demandas de análisis de parte de personas que sufren y son llamados a reconocer la parte que les compete en sus síntomas."[3]

Cuando alguien acude al psicoanalista pide ser reconocido en su singularidad como un sujeto que sufre de una experiencia traumática. Es en primer lugar una demanda de ser reconocido como tal, y muchas veces de ser reconocido como víctima objeto de esa experiencia. Es en este punto donde el psicoanalista opera una inflexión en el sentido que el discurso social y jurídico han dado a la victimización generalizada para subrayar algo que, de hecho, este mismo discurso ha introducido ya de maneras diversas sin localizarlo en su verdadera dimensión: la responsabilidad del sujeto ante su posición de objeto.

Debemos detenernos entonces en otra diferencia que la victimología encuentra de una manera cada vez más relevante en sus observaciones. Es la diferencia entre la "victimización primaria", la del objeto víctima del acontecimiento traumático o delictivo, y la "victimización secundaria", cuyo origen está en la relación del sujeto con esta misma experiencia, con el discurso familiar, social y jurídico y con los distintos modos de intervención del aparato del Estado en su tratamiento. Es llamativo que una buena parte de los estudios se dediquen hoy a las dificultades surgidas para tratar esta segunda dimensión de la experiencia de la víctima, la dimensión en la que el sujeto debe responder ante su posición de objeto. La llamada "doble victimización" es el peor y más notable efecto de este retorno sobre el propio sujeto de su posición de objeto víctima ante el Otro social y jurídico.

Desvictimizar a la víctima es así la primera forma de devolver al sujeto de la experiencia traumática la dignidad de ser hablante que podría seguir perdiendo en el juego social de las identificaciones. Distinguir y separar el eje de las identificaciones del Yo y el eje de la relación del ser que habla ante su posición de objeto es la primera y más simple operación que debemos deducir de la orientación lacaniana al tratar la posición de la víctima sin redoblar su victimización.

Se trata aquí de estudiar aquella "afinidad estructural entre el yo y la vocación de víctima, que se deduce de la estructura general del desconocimiento", de "la ley de la victimización inevitable del yo", tal como señaló en su momento Jacques–Alain Miller.[2]

Y es que, hablando propiamente, el destino del sujeto –si es que hay destino– es más bien el de ser desecho. Es su verdadera dimensión de objeto, cuando éste le revela en el fantasma que su aparente destino no era sino encuentro contingente con un real del que siempre deberá saber hacerse responsable.

 
Bibliografía
 
Notas
  1. Bassols, M., "La violencia contra las mujeres"
  2. Miller, J., "Psicoanálisis puro, psicoanálisis aplicado y psicoterapia"
  3. Ibíd.
 
 
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