Última edición Staff Links Contacto Instituto Clínico de Buenos Aires Seguinos en FacebookSeguinos en Facebook
Consecuencias
 
Edición N° 28
 
Diciembre 2023 | #28 | Índice
 
Adolescencia en tiempo real
Por Mauricio Beltrán
 
Mauricio Beltrán

La llamada adolescencia no es un dato empírico, claramente situable y definible con exactitud. Se trata de una construcción, un artificio más del significante, con el que se intenta dar cuenta de ese litoral entre saber y goce que se reactualiza en un segundo tiempo correspondiente a la pubertad.

Podemos intentar circunscribirla como un saber sobre el sexo elucubrado en la infancia del que el sujeto adolescente tiene que separarse para dar lugar al advenimiento de un nuevo saber, articulado al primero, pero vinculado con experiencias novedosas. Antes que un momento evolutivo, entonces, es una instancia de separación, pérdidas y asunción de "lo nuevo" que se manifiesta en el cuerpo.

Las diferentes escansiones que dan cuenta del pasaje de la niñez a la adolescencia implican dejar siempre algo atrás. Algo debe ser abandonado e inscribirse como pérdida: el pecho materno, los dientes de leche, los cuadernos de la primaria, los primeros juguetes, los álbumes de figuritas, una cadena metonímica de objetos que articulan un trayecto y direccionalidad alrededor del Otro, lugar de inscripción de esas pérdidas. Objetos que ofician de transición en esa suerte de movimiento subjetivo, que van de lo más íntimo a lo más social, compartible y acompañado por otros, por relatos y mitologías sociales y familiares.

El púber también debe separarse del niño que fue y buscar nuevas referencias identificatorias para afrontar el apremio del despertar sexual propiciado por esta segunda oleada pulsional. El discurso familiar pierde consistencia en tanto marco de explicación de las nuevas experiencias que atraviesa un adolescente y comienzan a cobrar valor los discursos del grupo de pares, esa otra lengua que generalmente resulta inentendible para los padres a punto tal que llega a ser motivo de consulta.

Estas nuevas identificaciones operan como separación y salida de la escena de la niñez, y dan lugar a la escena de la adolescencia propiamente dicha.

Frank Wedeking, a cuyo libro Lacan dedicara un prefacio, lo grafica en un pasaje del Despertar de la primavera. Melchor, un jovencito ya ilustrado en los temas de la sexualidad se ríe de su compañero Lanmermier, un grandulón tres años más grande que él, que no había soñado más que con tortas y mermelada de damascos.

Efectivamente, como ya lo mencionara Freud al referirse a los sueños de su pequeña hija Anna, en los sueños infantiles los deseos aparecen realizados de forma directa, mientras que, en los sueños adolescentes, por llamar de alguna manera a la punción sexual advenida en la pubertad, ya tienen la elaboración onírica, el camuflaje, propio de los sueños del adulto. Lacan, citando la mencionada obra, expresa "Así pues aborda un dramaturgo en 1891 el asunto de lo que es para los varones hacer el amor con las chicas, marcando que ellos no pensarían en esto sin el despertar de sus sueños"[1]. Más allá de la condición masculina o femenina, el acceso a ese goce hetero, en tanto difiere de los goces conocidos por el niño, supone indefectiblemente el despliegue de la fantasía y de los sueños.

Lacan rescata la figura de Wedeking por "darse cuenta de que hay una relación del sentido con el goce"[2]. Y más adelante agrega: "Que lo que Freud localizó como sexualidad haga agujero en lo real es lo que se palpa por el hecho de que, ya que nadie se las arregla bien con eso, no se preocupan más"[3].

Constatamos que la elaboración psíquica, ya sea por la vía de la fantasía o del sueño, resulta necesaria para tramitar un exceso de goce que permite la realización disfrazada de los deseos reprimidos, pero a su vez que eso conlleva una pre-ocupación que al decir de Lacan estaría en decadencia.

Hace tiempo que los gadgets que propicia y multiplica la época se vienen ocupando con bastante contundencia de taponar todo aquello que hace agujero. Esta propuesta del mercado no deja de encontrar réplicas en la llamada anhedonia[4] que se manifiesta en muchos sujetos adolescentes.

El primer observable de la práctica en nuestra clínica cotidiana es la dificultad con la que cuentan los adolescentes para desplegar escenas. Los gadgets vienen a taponar ese agujero en lo sexual y como el saber ya no está en el Otro, sino en el bolsillo (celular), también observamos serias dificultades para la instalación de la transferencia.

Decir de época

Hay un punto de recurrencia respecto a las demandas de análisis, generalmente promovidas por los padres: el desinterés generalizado que puede culminar en la llamada anhedonia o la sensación de un desamparo difuso que conecta con una vivencia de angustia bastante inquietante con la que llegan muchos jóvenes pacientes.

Estas manifestaciones remiten a las dos experiencias que Freud describía para la vivencia de angustia. La experiencia de desamparo (Hiflosigkeit, la llama) y la señal de un peligro inminente, opaco al entendimiento, pero absolutamente preciso y dirigido, que implica al sujeto de una manera que desconoce.

¿En qué medida el decir de una época puede participar de este sentimiento?

El filósofo francés Éric Sadin[5] da cuenta de una posible articulación a partir de lo que llama el "Síndrome de Sherlock Holmes" o "la neurosis de tiempo real".

Nos sitúa para graficarlo en una conocida escena de una de las tantas películas del detective inglés:

Un castillo ubicado en los Alpes Suizos se prepara para albergar a una cumbre que reúne a los embajadores de todas las naciones europeas. Antes de la apertura oficial, se realiza un baile en uno de los grandes salones. Hay guardias y mayordomos que velan por la seguridad y el correcto desarrollo del evento. Sherlock Holmes, que participa de la gala, está al tanto que se prepara un atentado organizado por James Moriarty, el cerebro criminal más peligroso del mundo occidental, que puede desencadenar otra guerra mundial. Al son de un vals vienés, el célebre detective invita a bailar a su compañera y cómplice, y esto le permite con total discreción, observar con detenimiento la totalidad de los lugares y captar cualquier signo de peligro.

A cada paso, su atención se detiene en un punto preciso. Lo vemos en una sucesión de planos breves y entrecortados mientras va captando, a lo largo de los giros que da con su pareja, una mano apoyada en el mango de una espada, las medallas prendidas al saco de algún general, el arco de una violinista, etc., etc., etc. Parece que con cada información que recoge se precisara una cartografía del conjunto de la escena, probablemente como consecuencia de las rápidas correlaciones que Holmes establece entre ellas. Durante el baile, su compañera, que sabe de su incomparable poder de deducción, le pregunta: ¿Qué ve usted? Él responde: "Absolutamente todo, y esa es mi calamidad". Esa "calamidad" es su don, único no solo para poder aislar ciertos hechos que se tornan decisivos en el momento mismo en que suceden, sino también para penetrar en aquello de lo cual esos hechos son testimonio gracias a los lazos que sabe tejer entre ellos con la velocidad de un rayo.

Sherlock posee ese don excepcional que explota oportunamente persiguiendo sin tregua a los villanos de turno, pero sufre por ello. La mayor parte del tiempo vive en soledad, su vida privada es un desastre, fracasa una y otra vez en sus relaciones con las mujeres. Sufre y consume cocaína.

Cualquier similitud con la propuesta del individualismo de mercado y el aislamiento consumista, con acceso irrestricto a toda información que observamos en nuestro Siglo XXI y de la que los llamados "adolescentes" son caldo de cultivo no es pura casualidad.

Sherlock, sin embargo, busca soluciones, pretende tener algún grado de injerencia en la sociedad a través de sus investigaciones. Esta solución no deja de ser un paliativo para él, porque en el marco de su trabajo, no sostiene una distancia con las cosas. Constituye un único cuerpo con ellas, no se sitúa en una relación frontal, sino que está adherido a los acontecimientos en el momento mismo en que se despliegan, impregnándolos de algún modo de su espíritu.

¿No estamos atravesando una época de adhesividad al conocimiento en el que se obstaculiza el proceso de elaboración y construcción singular que implicaba el acceso al conocimiento? Se trata de un modo de conocimiento que se calibra en los segundos que permiten los reels de Instagram o Tik Tok. Recordemos al pasar, que en la formalización del discurso capitalista que desarrolla Lacan acentúa que este discurso "locamente astuto" franquea la barrera de lo imposible, la barra que impide el acceso inmediato del sujeto al objeto.

Este decir de época que elide el "tiempo de comprender" como mediación necesaria entre el "instante de ver" y "el momento de concluir" con el que Lacan escande la acción humana, es consecuente con lo que el filósofo Byung Chul[6] Han llama "discronía" o "atomización del tiempo", que no necesariamente es un ciclo de aceleración, porque la aceleración ya implicaría una flecha de direccionalidad que indica un "hacia donde" nos dirigimos. El final y la conclusión han sido desplazados por una carrera interminable sin rumbo, una incompletud permanente junto con la vivencia de un comenzar siempre de nuevo, en el que todo momento es igual a otro. Esta vivencia va acompañada una sensación de desamparo y desconfianza a partir de las cuales se estructuran las relaciones humanas.

En este contexto los adolescentes tienen que afrontar los apremios de la pubertad.

Podemos subrayar que esta discronía de la que habla Han, dificulta el acceso a la elaboración de las pérdidas que señalábamos como constitutivas de ese pasaje necesario entre la niñez y la adolescencia. En el mejor de los casos eso hace síntoma, en el peor, estragos de todo tipo. La distinción entre una cosa y otra es la misma que podemos establecer entre mensaje y pasaje al acto.

El tiempo real del que habla Sadin domina la disposición técnica actual, despoja al sujeto del momento de diferimiento y elaboración. La ausencia de diferimiento discernible entre la acción de un usuario y la satisfacción de su demanda es un proceso que involucra numerosas operaciones llevadas adelante por procesadores, pero a tal velocidad que la duración de su despliegue no induce latencia alguna. El acceso a la satisfacción es irrestricto e inmediato.

El tiempo real no concierne solo a la captación de fenómenos de todo orden que se despliegan según un presente indefinidamente extendido, sino que involucra otro tipo de relación con el entorno inmediato. La distancia que separa a los cuerpos de su medio se desvanece progresivamente en beneficio de una captura instantánea de lo que era hasta ese momento opaco al conocimiento.

El tiempo real –indica Sadin- no solo denomina una estructuración técnica que, al evolucionar súbitamente, sale del medio constituido únicamente por las computadoras para ejercerse en diversos campos de la vida; también remite a una condición antropológica en emergencia que permite controlar todo y no abandonar nada a la incertidumbre o al azar, dando rienda suelta a la voluntad de afirmar una dominación absoluta, no ya sobre la naturaleza, como se decía antaño de la ciencia, sino sobre el curso de las cosas, deshaciendo poco a poco toda forma de opacidad hasta ahora estructuralmente constitutiva de la experiencia.

Para los psicoanalistas y practicantes del psicoanálisis poder maniobrar con cierto margen de opacidad resulta imprescindible para permitir el desarrollo de la fantasía y el juego propios del despliegue subjetivo. Se trata de ese punto de interrogación inaccesible al sujeto que introduce la división subjetiva que tracciona un análisis.

Para finalizar, y siguiendo la propuesta de Sadin podemos situar esta época como la del individuo – tirano. El individuo tirano está animado por la sensación de ser todopoderoso gracias al contacto regular con instrumentos conectados en todo momento en tiempo real. La contracara de este sentimiento de omnipotencia es el fenómeno de la "adicción digital" que padecemos desde comienzos del Siglo XXI. Esto es, la sensación permanente de falta y la incapacidad de resistirse al empuje a la conexión. Esto conlleva perturbaciones propias de nuestra época, la desposesión de sí mismo y la vivencia de un desamparo difuso de la que hablamos.

Estamos, entonces, en las puertas de un súbito reposicionamiento del sujeto, simbólicamente situado en el centro de su esfera social, que por el sistema de halagos apilados salvajemente y el margen de maniobra que parece serle concedido comienza a vivir experiencias on line ubicadas bajo el sello único del dominio y la satisfacción de su yo. Privilegio acentuado por la aparición de aplicaciones que benefician a sus usuarios con servicios personalizados de todo orden, destinados a facilitar la vida cotidiana. Se trata de formas de acompañamiento de la vida gerenciadas por sistemas algorítmicos que interpretan una infinidad de situaciones en tiempo real.

No es que la experiencia real desaparezca, sino que está destinada a modularse continuamente en vistas de satisfacer las preferencias del "usuario rey". En este punto, pensamos que controlamos nuestras elecciones cuando en realidad somos llevados a elegir lo que elegimos.

La intervención del analista tiene que apuntar a devolverles a los adolescentes la capacidad de soñar y elaborar experiencias por fuera del lecho de Procusto digital que impone la época. El soñar se conecta con la vía del deseo, a diferencia del consumo que se conecta con el goce autoerótico.

En la capacidad de soñar, como se dijo, tratamos con la opacidad propia del encuentro con el goce hetero. La angustia en ese punto, que desborda el mundo adolescente puede ser señal del deseo del Otro y la introducción del inconsciente como respuesta a la ausencia de relación sexual que se actualiza en la pubertad.

En la medida en que esto acontece, quedamos habilitados para introducir una nueva significación que desplace el goce autoerótico, que adormece al analizante y lo hace tan solo un consumidor entre los consumidores, un consumidor consumido y desamparado del significante de su deseo.

 
Notas
  1. Lacan, J., "Prefacio al despertar de la primavera", Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p.587
  2. Íbid. P.587
  3. Íbid. P.588
  4. Incapacidad para experimentar placer en actividades que normalmente resultaban agradables.
  5. Sadin, E., La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital, Caja negra editora, Buenos Aires, 2018.
  6. Han, B-Ch., El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, Herder Editorial, Barcelona, 2015.
 
Bibliografía
  • Han, B-Ch., El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, Herder Editorial, Barcelona, 2015.
  • Lacan, J., "Prefacio al despertar de la primavera", Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012.
  • Sadin, E., La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital, Caja negra editora, Buenos Aires, 2018.
 
 
Kilak | Diseño & Web
2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA