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Consecuencias
 
Edición N° 28
 
Diciembre 2023 | #28 | Índice
 
Perspectivas sobre la adolescencia
Por Marco Focchi
 
Marco Focchi

Dos direcciones divergentes orientan en el psicoanálisis la clínica de la adolescencia. La primera de ellas es la dominante en la IPA, fundada sobre el paradigma evolutivo, donde la idea guía es que haya diversas fases del desarrollo, que sigan una progresión contínua, generándose una de la otra, y que la adolescencia constituya una de esas fases. La segunda es la adoptada por Lacan, y se refiere al paradigma estructural, en el que no es el desarrollo contínuo el que caracteriza los pasajes, porque hay más bien cortes, escansiones, discontinuidades. Luego, tenemos que subrayar una degradación contemporánea de lo simbólico, que está en un impasse en lo que se refiere a la alienación. Agregaría que este impasse de alienación tiene también como consecuencia un problema relativo a la separación, y es una dificultad que constatamos en muchos planos en la clínica.

Para entrar en el mérito de la adolescencia tenemos que evaluar el papel que juega el psicoanálisis en la escuela, subrayando la importancia de correr nuestra atención de la dimensión de la relación intersubjetiva, donde nos centramos en el vínculo entre profesor y alumno, al contexto en el que se considera el marco institucional en su conjunto, para apuntar al efecto que la institución produce en la relación entre saber y vida.

También es urgente evaluar la cuestión de la autoridad en la escuela. El problema de la autoridad nos lo plantean los maestros, que sienten que ya no tienen las riendas para gobernar la situación en las clases. ¿Cómo hacer valer la autoridad en un modo que no sea meramente represivo, que no se deslice hacia un retroceso, ya no viable, hacia modelos que se afirman únicamente con la imposición? En efecto, es necesario no dejarse llevar por la nostalgia del pasado y tratar de reinventar la autoridad a partir de las condiciones en que vivimos hoy. El problema se aclara introduciendo la diferencia entre una autoridad basada en el dicho y una que emana del decir. La primera se alimenta del pasado, de la tradición, de una referencia a lo que, una vez enunciado, y precisamente porque enunciado, asume valor de legitimación: así hacían nuestros antepasados, así lo hacemos nosotros, es el ipse dixit[1]. La segunda, que emana del decir, del aquí y ahora, se juega en la invención, en la prueba, en la puesta a prueba.

Junto a esto debemos tener en cuenta el peso de la intrusión de la familia en la escuela, y de hasta qué punto la misma sea capaz de minar la solidez de la institución escolar, su prestigio, su autoridad.

Hacia una clínica de la adolescencia.

Dicho esto, me gustaría abordar el problema de la adolescencia en el plano clínico, y retomaría para ello una idea que propuse hace unos años, cuando definí la adolescencia como cuestión del umbral, donde el umbral no puede asimilarse a una línea fronteriza a cruzar, sino que debe considerarse un lugar de acontecimiento. Contrariamente a la perspectiva tomada por la IPA, como ya se ha dicho, en el Campo freudiano no vemos la adolescencia como una fase que tiene una apertura y un cierre y que está presente en una escala progresiva junto a otras fases, según el modelo inaugurado por Abraham. Decimos en cambio que la adolescencia es el tiempo, el período en el que las transformaciones que el cuerpo sufre en la pubertad encuentran su reconocimiento subjetivo, siendo simbolizadas y ubicadas.

Tomada en este sentido, la adolescencia no es un momento de crecimiento, de evolución que conduce a la madurez y al acceso a la vida adulta. Más bien es el corte en el que - como sugiere Lacan - se verifica una nueva síntesis del yo, que retoma en un cuadro subjetivo diferente los impulsos pulsionales aflorantes en el encuentro con el cuerpo del otro.

Esta definición pertenece al Lacan de los años cincuenta, y se inserta en la perspectiva hegeliana en la que Lacan está en aquellos años replanteando la clínica. En Líneas fundamentales de la Filosofía del Derecho[2], Hegel considera la infancia como el tiempo de la inocencia, cuando el sujeto está en armonía consigo mismo y con el mundo circundante. Este estado edénico se rompe en la adolescencia, en el momento en que el sujeto viene en oposición con el mundo, para restablecerse en la síntesis de la madurez, cuando el hombre siente cumplido el ordenamiento ético del mundo.

Lo que Hegel no podía tener en cuenta en su desarrollo dialéctico es lo que mostró Freud: que la infancia es mucho menos edénica de lo que el filósofo podía imaginar sin tener noción de la sexualidad infantil.

Lacan destaca que las pulsiones de la infancia se retoman en un plano diferente, y que la oposición de la adolescencia con el mundo - fenómeno entonces indiscutible, mientras que hoy esta oposición es mucho menor - va acompañada de un aspecto menos inmediatamente perceptible, que es aquel en el que el autoerotismo infantil sale de su envoltura en sí mismo para dirigir la atención al otro, al cuerpo del otro, pertenezca a este, al otro sexo o no.

Es este cambio de atención el que implica un reordenamiento ético, pero no tanto en el sentido de la realización, sino más bien en la dirección de la necesidad de dar paso a la oleada que el impulso de la sexualidad provoca, imponiéndose como factor inevitable. Hay que añadir que no se trata solo de la propia sexualidad, porque también la sexualidad de los adultos va a turbar, a ofuscar, a contaminar el marco de referencia ideal que los adultos han constituido en el tiempo de la infancia.

En la contemporaneidad la reorganización ética inducida por la sexualidad deja al sujeto a la deriva en vez de llevarlo al conflicto porque ha desaparecido el antagonista con el cual entrar en conflicto. El drama edípico a través del cual se transmite la norma del deseo es sustituido hoy por una tolerante homogenización de roles, por una tutela hiperprotectora o por una amistad desorientada.

El hecho de que haya sexualidad, que la sexualidad no sea solamente mi pequeño secreto oculto, que se refiera a las figuras que son para mí de referencia, modelo y guía, esto es parte determinante de la reorganización ética, de la tormenta que atraviesa el tránsito adolescente. Para el adolescente hoy, de hecho, la sexualidad se muestra fuera del juego de las apariencias, en su presencia desnuda y obscena.

La extinción de los ritos de iniciación.

Los ritos de iniciación de la adolescencia en las culturas tribales estudiadas por los antropólogos, en particular por Van Gennep[3], son ritos que revelan los secretos de la tribu, que transmiten el conocimiento del mundo detrás del mundo, el repertorio mitológico en el que se reconoce el espíritu de un pueblo, el fundamento y el arraigo de la tribu en el tiempo primordial. Los ritos de iniciación son, en definitiva, el revestimiento simbólico que hoy es desgarrado por el prepotente presentarse del sexo en su cruda e inevitable realidad.

Los mitos son desde siempre necesarios precisamente porque el sexo no tiene palabras para decirse: el sexo y la muerte son de hecho los grandes irrepresentables. Es un poco como en el cuento de Borges La secta del Fénix[4], donde se habla de un rito que asegura a la secta la eternidad, y que constituye un secreto. La iniciación al misterio es realizada por individuos de bajo rango. No son las madres las que lo transmiten a sus hijos, aunque puede transmitirse de niño a niño. No hay templos para la ejecución del rito: una ruina, un subterráneo o un pasillo pueden venir al caso. No hay palabras decentes para nombrarlo, pero todas en el fondo lo dicen o aluden a él. En el rito de la secta se transmite silenciosamente, de modo subterráneo, esa sexualidad que hoy está despojada de toda mitigación.

Los grandes sistemas mitológicos de cada tribu, de cada pueblo, de todos los tiempos, son la forma dada a estos grandes indecibles, y constituyen las estructuras simbólicas dentro de las cuales los individuos aprenden cómo moverse, cómo relacionarse con los demás, cómo amar, cómo luchar, cómo vivir o cómo morir. Los sistemas mitológicos convierten los indecibles en valores, en ideales. Los ritos de iniciación son el puente que ayuda a cruzar la línea de sombra entre la inocencia de la infancia y el encuentro en el que se hace experiencia directa de los indecibles.

¿Cómo se nos plantea hoy a nosotros la estructura de este paso crucial, a nosotros que vivimos en un mundo donde la única verdadera estructura simbólica es la del mercado que organiza la circulación de mercancías y capitales?

Toda la variopinta riqueza narrativa de la mitología, como Marx decía ya en 1848, se ha visto reducida hoy, y no deja otro "vínculo entre hombre y hombre que el interés desnudo"[5], diluyendo la dignidad personal en valor de intercambio, arrancando el conmovedor velo sentimental a la relación familiar, reconduciéndolo a pura relación de dinero.

En esta despotenciación narrativo–mitológica, en esta descarnación de los valores que ahora se escenifican ya sólo como valores de medios y dinero, los ritos de iniciación se han desvanecido. El adolescente que de niño inocente se transforma en hombre puede tener como guía solo la carrera, el éxito, la ganancia. De hecho, estas son las historias que en última instancia rigen el orden simbólico de lo social en el que vivimos. La muerte y el sexo aparecen con su cara desnuda. La educación sentimental pasa a través de la pornografía, y la sexualidad se hace accesible casi sin barreras, y por lo tanto privada de aura. Cuando los padres están disponibles para acoger en casa los encuentros eróticos de sus hijos, el sexo se vuelve menos apetecible, ya no es esa ocasión robada, ese momento furtivo sustraído a la vigilancia censuradora de los adultos.

En cuanto a la muerte, el problema es cuando se presenta más bajo el aspecto de la solución que de la preocupación. En Italia son casi cuatro mil en un año las personas que se quitan la vida, y unos quinientos son los adolescentes. El suicidio es la tercera causa de muerte más común entre los jóvenes de 10 a 19 años. Se encuentra con mayor frecuencia entre los varones, tres veces más que entre las mujeres, dato interesante, que tiene algo que decirnos sobre la crisis del simbólico patriarcal del que vemos los contragolpes concretos, si esta crisis no se gestiona.

Estas cifras aterradoras nos dicen que un número impresionante de niños no puede ver un futuro, no puede encontrarle un sentido a la vida y considerar que vale la pena continuar. Porque la única prevención al suicidio es ofrecer un propósito en la vida.

Las patologías típicas.

La desaparición de una estructura simbólica en la que tienen sentido los ritos de iniciación, la supresión de los surcos que guían el paso en el que se ha iniciado, encaminado la vida, lleva a una serie de recaídas que reconocemos en las patologías típicas de la adolescencia. Se trata principalmente de recaídas en el cuerpo, de verdaderos ataques al cuerpo. La falta de un paso simbólico reconocible se manifiesta en el rebote sobre el cuerpo.

Pensemos, por ejemplo, en los cortes. El hecho de cortarse, es reconocido como una forma de manejar la angustia. Transformar la presión creciente de la angustia en dolor físico ayuda a hacerla soportable. Pero no es el único aspecto. Hay en el corte una veta ritual, un rito que se comunica horizontalmente.

La ausencia de un rito codificado, trasmitido a través de la generación adulta es sustituida por un ritual que los chicos se transmiten entre ellos. Vi en análisis a varios adolescentes cortándose porque sus compañeros lo hacían. Los patrones de comportamiento se propagan entre los pares, y lo que no se puede encontrar levantando los ojos hacia el mundo adulto se busca girando la mirada horizontalmente hacia los compañeros.

Por lo general, se señalan como responsables a los padres ausentes, distraídos por sus ocupaciones, incapaces de ver los problemas de los hijos. Por supuesto, a menudo los padres están ausentes, no saben escuchar, están ocupados con sus compromisos. Pero los padres más democráticos, más orientados a los hijos, más preocupados por su salud y su bienestar me traen a veces sus hijos porque la atención, la presencia, la dedicación, no sirven de nada si no tienen al mismo tiempo la fuerza de marcar pautas, modelos, formas ejemplares de autoridad.

Hoy hemos pasado de un modelo de familia normativa a la configuración de una familia afectiva, pero esto no parece que alcance para que sea una solución a los inconvenientes generados por el conflicto con las normas.

La familia afectiva presenta de hecho sus inconvenientes, muy diferentes de los producidos por las familias normativas, pero no menos difíciles de tratar. La familia afectiva puede ser envolvente, cómoda hasta cierto punto, pero también puede crear una situación que dificulta la separación. En una casa donde todo el cuidado material está garantizado seguro que se permanece cómodamente, pero no es tanto esto lo que impide el desprendimiento. Es más bien esa sobrecarga protectora de afectividad tentacular, penetrante, sensual que llega a ser opresiva y sofocante. Se podría imaginar una solución en la fuga, y en los casos menos críticos lo es. Pero a menudo el contragolpe patológico del excedente afectivo es ese fenómeno de retiro social que se identificó originalmente en Japón con el término de Hikikomori.[6] La permanencia prolongada al exceso en el capullo familiar debilita la capacidad de afrontar el mundo, de confrontarse con una alteridad, sea la que sea.

El psiquiatra que primero caracterizó al Hikikomori, Saito Tamaki, lo describió en un libro titulado Adolescencia sin fin[7]. Yo no describiría en estos términos la situación del retraimiento social. Se trata más bien de la imposibilidad de un comienzo, de la incapacidad de cruzar un umbral, de cruzar la línea de sombra. El adolescente está atrapado en una estasis donde no está ni aquí ni allá. No está más en el cómodo capullo familiar de la infancia, que se ha vuelto invivible, pero no está más allá porque no es capaz de enfrentar la prueba de la vida. Ni niño ni adulto, el adolescente se encuentra entonces encarcelado en un tiempo sin horizonte que se transforma en estancamiento.

La adolescencia se vuelve patológica cuando nos encontramos frente a este punto muerto en el que el horizonte proyectual se desvanece, nunca llega a abrirse. Si el "síndrome de Peter Pan" del que habló Dan Kiley[8] en los años ochenta pone de manifiesto una dificultad para asumir responsabilidades, el retiro social está un paso por delante. No es la condición de quien busca refugio en una infancia eterna. El adolescente del retiro social es más bien una criatura híbrida, que adquiere poco a poco los caracteres del adulto sin poder integrar sus requisitos psicológicos y sociales. Si en el retiro social se expresa el extremo cierre, la búsqueda de un compartimento en el que existir como único ambiente habitable; en cambio, el síndrome de Peter Pan refleja más bien la situación de aquellos estudiantes que, una vez terminados sus estudios secundarios, se toman un año sabático antes de comenzar la universidad, luego dos, luego tres, saliendo a un horizonte abierto, pero no navegable. Es el fracaso del examen de bachillerato como rito de iniciación.

La crisis de autoridad de la institución escolástica.

Por otra parte, debemos preguntarnos por qué el examen final del bachillerato ya no constituye una línea divisoria, un paso a otra fase de la vida. La institución escolar, como se sabe, ha ido perdiendo poco a poco autoridad. Laura Pigozzi, en su libro Adolescencia cero[9], describió bien este proceso. Desde la primaria comienza una pulseada entre las familias y la escuela que tiende cada vez más a reabsorber a esta última en los tentáculos de la gestión familiar. Ante la aparición de un problema asistimos a un rebote infinito de reproches mutuos, de adjudicaciones recíprocas de responsabilidades y a una disputa exasperante. La erosión del terreno del prestigio de la escuela continúa en los grados superiores de educación gracias también a las reducciones de fondos para financiar la escuela que la hacen progresivamente dependiente de las influencias familiares y de la lógica de mercado. En la medida en que el Estado da menos dinero a las escuelas, éstas se ven obligadas a encontrar fondos en el territorio. La absorción de la escuela en la lógica del mercado la pone a merced de las relaciones de fuerza con los financiadores. Además, los padres entran en los comités de evaluación del profesorado y adquieren el poder de influir en la orientación de las enseñanzas. Está claro que cuanto más se extiende la sombra del mercado sobre la escuela, tanto más se reduce su prestigio y, por consiguiente, el valor simbólico de los pasajes decretados por ella.

Del sentimiento de culpa a la vergüenza.

El desmoronamiento generalizado de las barreras simbólicas se nota también en otro rasgo peculiar de la contemporaneidad: la sustitución del sentimiento de culpa por la vergüenza. Los objetos que sostienen el sentimiento de culpa, la mirada y la voz, la mirada interior que no le permite esconderse y la voz de la conciencia que no se puede silenciar, están articulados en el plano simbólico con el Nombre del Padre.

El debilitamiento de las estructuras simbólicas, el retroceso de la función paterna, el contraerse en el plano social de todo lo que tiene autoridad, hacen saltar la barrera que permite la interiorización del reproche.

La mirada se convierte entonces en la mirada del mundo, la picota en las redes sociales por ejemplo, la voz se convierte en vox populi sin ser más vox Dei, se convierte en burla y sarcasmo. La vergüenza es la puesta al descubierto, en forma de objetos pulsionales, de aquello que, si está contenido por las murallas de la jerarquía, ofrece una salida, en la asunción de responsabilidades y en la posibilidad de enmendarse.

La vergüenza pública, amplificada por las redes sociales, expresada como burla coral, no deja salida porque ya se está fuera, se está en plena exposición.

Lo demuestran demasiado bien los suicidios que siguieron a episodios de acoso cibernético, que dejan sólo el salto por la ventana como posibilidad de salida.

La extinción del horizonte de los proyectos.

Los ritos de iniciación, las extraordinarias mitologías, las grandes narraciones que introducían en el espacio de las comunidades dando dignidad al individuo y definiendo su lugar, con el capitalismo, decíamos, fueron reemplazados por las promesas de la carrera, el dinero, la ganancia. Perspectivas que quizás no tienen el mismo poder de captación que las antiguas historias, pero que se han sostenido al menos hasta la época neoliberal que estamos atravesando; con la desregulación de la economía y del mercado, la extrema polarización de la desigualdad, el desmantelamiento del Estado del bienestar, la acentuación de la dimensión penal y de la seguridad, la precarización del trabajo, la explosión de los precios de las viviendas en ciudades como Londres, París, Milán, la privatización de establecimientos y empresas públicas, el estancamiento de la movilidad social ascendente.

En las perspectivas actuales, las carreras y las ganancias son remolcadores mucho menos efectivos y ya no funcionan como sustitutos de los ritos de iniciación como fuerza incentivadora para el joven que se inicia en la vida adulta.

Podemos entender entonces el estancamiento, el retiro, el refugio en la forma de dependencia tóxica, el abandono de los estudios y toda esa multitud de contragolpes sintomáticos que pesan sobre los hombros de los jóvenes asomados al umbral de la adolescencia. Un umbral que puede aparecer insuperable y que deja languidecer en una sequedad inamovible si no se reactivan las medidas de deseo que antes motivaban el desafío, la rebelión, el contraste con los obstáculos del mundo y que hoy solo pueden encenderse quemando el algodón afectivo-tutelante en el que los jóvenes están envueltos, protegidos y al mismo tiempo asfixiados, para hacer un nuevo propelente.

 
Notas
  1. Él mismo lo dijo es una expresión latina. Se aplica para designar los razonamientos autorreferenciales o sustentados en axiomas sin otro fundamento que sí mismos.
  2. Hegel, G. F., Líneas fundamentales de la Filosofía del Derecho, Gredos, Madrid, 2010.
  3. Arnold Van Gennep (Ludwigsburg, Wurtemberg, 23 de abril de 1873 - 1957) fue un etnógrafo francés de origen alemán. Su obra más famosa fue Les rites de passage (Los ritos de paso) de 1909.
  4. Borges, J. L., "La secta del Fénix" en Cuentos Completos, PenguinRandom House Grupo Editorial, Argentina, 2020.
  5. Marx, C., Engels, F., Manifiesto del Partido Comunista. Fue escrito como programa de la Liga de los Comunistas, el "Manifiesto" se publicó por primera vez en Londres en febrero de 1848. proletarios.org › books › Marx-Engels-Manifiesto MANIFIESTO COMUNISTA CARLOS MARX FEDERICO ENGELS - Proletarios
  6. Encerrarse.
  7. Fue en 1998 cuando el psiquiatra Tamaki Saito habló por primera vez de esta problemática en su libro Sakateki hikikomori, una adolescencia sin fin, definiéndola como "aquellos que se retiran completamente de la sociedad y permanecen en sus propias casas durante un periodo mayor a seis meses, no explicándose esta condición por otro trastorno psiquiátrico".
  8. Kiley, D., The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up, edición en inglés, edit. Dodd Mead, 1983.
  9. Pigozzi, L., Adolescenza zero: Hikikomori, cutters, ADHD e la crescita negata (Cronache) Versión Kindle. Edición en Italiano.
 
Bibliografía
  • Hegel, G. F., Líneas fundamentales de la Filosofía del Derecho, Gredos, Madrid, 2010.
  • Borges, J. L., "La secta del Fénix" en Cuentos Completos, PenguinRandom House Grupo Editorial, Argentina, 2020.
  • Marx, C., Engels, F., Manifiesto del Partido Comunista. proletarios.org › books › Marx-Engels-Manifiesto MANIFIESTO COMUNISTA CARLOS MARX FEDERICO ENGELS - Proletarios
  • Kiley, D., The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up, edición en inglés, edit. Dodd Mead, 1983.
  • Pigozzi, L., Adolescenza zero: Hikikomori, cutters, ADHD e la crescita negata (Cronache) Versión Kindle. Edición en Italiano.
 
 
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