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Consecuencias
 
Edición N° 28
 
Diciembre 2023 | #28 | Índice
 
Mucho más mujer que las mujeres, mucho más hombre que los hombres
Por Andrea Botas
 
Andrea Botas

Me detendré en el testimonio de una religiosa y mística, del siglo XX, paciente de J. Lacan –Marie de la Trinité (Paule de Mulatier) (1903–1980)–. Fue su paciente entre 1951 y 1954. Lacan se deja interrogar por este caso y le pide a Marie que escriba.

El texto titulado De la angustia a la paz lo escribeen 1956. Testimonio sobre el modo en que Marie habita su cuerpo. Miller dice que Lacan dictó su Seminario 20, pensando en su caso.

Marie de la Trinité

Es la última de siete hijos; según los deseos de sus padres, debía ser un varón y llamarse Paul. Mantendrá rasgos masculinos y femeninos, declarándose a veces, "mucho más mujer que las mujeres y otras veces, mucho más hombre que los hombres". Esta doble identificación, se pone a jugar en su elección de una posición sacerdotal y en la experiencia de la escritura[1]. Los recuerdos de su infancia, destacan su particular relación con la feminidad y su precoz pasión por Dios. Para ella no se trata de ninguna pérdida. No sin relación con esta posición excepcional, más allá de las limitaciones que el género impone en el mundo religioso, Paule había deseado desde niña, ser sacerdote. Conocedora de la imposibilidad que afectaba la realización de este deseo, mantuvo tenazmente en secreto su vocación religiosa[2]. "Más mujer…..", aquí se trata de una conmoción más allá de la imagen y rebelde incluso a las palabras, pues no en vano ella dice que para describir tal entrega, habría que inventar una que no existe[3].

La primera comunión a los siete años, es para ella un momento fundamental. Lo vive con intensa sensación de división. Por un lado, con un aumento de temores y vergüenza y por el otro, el sentimiento agudo de que Dios la ha elegido –sentimiento decisivo para su destino ulterior–. Aquí se ubica una experiencia amorosa radical. Carácter extremo de este amor: no es tanto la aspiración a ser amada lo que está en juego –como en los amores comunes– sino la certeza de haber sido elegida como objeto de amor[4].

Otro recuerdo a sus 9 años, sobre su entrega y su sentimiento hacia Dios, de carácter arrebatador. Muestra que puede llegar a desvanecerse la frontera entre la pasión espiritual y el erotismo más corporal; un verdadero éxtasis –en el sentido más literal de un "salir de sí"–[5].

Rabietas. Un síntoma infantil, sus "terribles cóleras" que a los 12 años empezará a dominar. Rasgos de cierta violencia, una peculiar forma de exceso a la que era difícil poner límites, tanto por parte de los demás como por parte de ella misma.

Su vocación es contemplativa, su deseo es entrar en la Orden del Carmelo. Su director espiritual se alarma ante los excesos de su actividad religiosa, en la que penitencia y ayuno son constantes y excesivos. Ante este furor por la privación, le aconseja una orden religiosa más orientada hacia el mundo terrenal que a la contemplación. Entra en esta orden por obediencia a su director espiritual y su familia; ambos turbados por la experiencia negativa de Marta, hermana de Paule, que enloqueció a la semana de entrar a una orden contemplativa y de clausura. "Paule no es capaz de oponerse a los deseos ajenos porque, según dice, no sabe defender sus propias razones con palabras eficaces"[6].

El amor extremo, marcado por una certeza inconmovible lleva a Marie a caer en un abismo, que ella llamará "una enfermedad"[7].

En una carta al padre Chauvin (1937), describe la primera Gracia, previo a ingresar al noviciado:

La recibí en 1929. Todo se hundía –era la pérdida, no sólo de los medios que deseaba encontrar en la vida religiosa, sino también la pérdida de Dios–; la angustia, el temor, el despojamiento de todo, lo sufría en el alma, en todas sus profundidades –nunca he sentido nada igual–. Luego entendí que Dios había permitido todo eso, a modo de purificación, de preparación. Le pedí a la madre Saint Jean, permanecer en la capilla de noche, hasta las 12, para rezar. Me tendí en el suelo con los brazos en cruz; yo estaba delgada, me notaba todos los huesos, desde los tímpanos hasta los pies medité sobre la muerte. "Pronto de mí no habrá más que esto –Dios mío, te lo entrego todo, haz de mí lo que quieras, tómame como te plazca– concédeme que me olvide, que me pierda, que desaparezca por completo en ti". Lo que ocurrió después es mucho más difícil de decir –porque no fue operación mía, sino de Dios– fue más divino que humano. No hubo ni palabra ni idea expresada humanamente, ni imagen. No hubo nada que pudiera ser percibido por los sentidos –ni pensamiento, ni teoría….nada–. Las palabras desentonan con lo que quiero tratar de expresar porque son limitadas y restringidas.

Fui como sumergida en Dios –aunque seguía siendo yo, no operaba por mí misma, sino a través de Él–. Dios es la Persona del Padre. Era toda vida, toda perfección, Él me tuvo en su amor. Conocí la Deidad de Dios, su Ser. Conocí que Él es el Ser –no la idea–, sino mediante la realidad. Vi, no porque pudiera ver, sino porque él me daba a ver y no había distancia de mí.

En su inefable beatitud: fui sumergida, envuelta en esa beatitud recibí alguna experiencia de la vida eterna. Conocí y viví en la simplicidad de su Ser y es indecible e inaccesible a la inteligencia humana. Allí recibí el conocimiento de Dios, de Dios Padre y su Hijo, el Verbo Eterno.

Vi el amor de Dios por el alma –y la aptitud de ella para estar unida a Dios: tal es el fin–.Vi el amor del Padre y lo experimenté y entré en Él; en el inefable, el inexpresable incognoscible amor de Dios por el alma.

Escribe sobre su experiencia de goce: todo esto que aquí escribo, lo experimentaba y es en la experiencia como lo conocía –y era mediante el alma, en el centro de mi ser, y desde este centro se expandía y se vertía en toda mí misma–.

Yo no quería hablar porque había silencio, ni pedir nada, por la perfección de la obediencia.

Conocí al Padre y conocí al Verbo, y fui como tomada y arrebatada por el Amor. Vi el misterio de la Encarnación. No vi la humanidad de Cristo como los Santos la vieron con sus ojos: vi esta humanidad en el pensamiento –no había ni forma ni imagen–. Vi la misericordia y fui por ella penetrada, impregnada–. Vi lo que San Pablo llama "el Cuerpo místico" pero sin figura –en su realidad espiritual, tal como es en Dios, no como los hombres se ven obligados a expresarlo–. Vi el abismo de amor y fui en él sumergida –y todo mi ser era por él penetrado–.

Vi que todo lo que no es esto no es, es muerte, es nada.

Era yo misma pero ya no era la misma. Estaba yo desprendida de todo –ardía por Dios–. Los efectos que vinieron después fueron un desprendimiento general de todo[8].

Desde el inicio de su noviciado, en 1930, Marie de la Trinité, nombre con el que se ordena,– ella recibe mandatos del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo– confiesa a sus madres religiosas que le cuesta obedecer, no puede seguir el reglamento. Rasgo que se mantendrá y que estará en el origen de la gran crisis que padeció a partir de 1941 –primeros signos de depresión– a partir de la sobrecarga de responsabilidades. En 1942, termina el noviciado.

En 1943, un padre se alarma ante sus excesos y le pide que deje de escribir. Esta prohibición agrava sus síntomas. Marie se ve reducida al silencio, a una obediencia sin límite, sin defensa ante un completo hundimiento subjetivo. Para ella la escritura, la hace otra de ella misma.

Su depresión –según su biógrafa– se acentúa hasta que en 1945 estalla una neurosis reaccional, donde sus tareas y responsabilidades se interferían con su pasión –la oración y contemplación–. A su padecimiento no alcanza a cubrirlo con una significación religiosa. Entre los síntomas que le preocupan es la profunda tristeza y la anorexia –iniciada en 1943–. Esta última queda por fuera de la penitencia; se convierte en algo que está fuera de control. Padecimiento alimentado por un superyó feroz que no se conforma con ninguna renuncia.

Marie se considera gravemente enferma, se refiere a un "trastorno mental". Buscará ayuda de distintos profesionales. En 1945, consulta al Dr. Nodet a quien considera "muy espiritual" y quien le dice que presenta una "neurosis muy grave". Acudirá a tres psicoanalistas antes de llegar a Lacan. En 1946 de marzo a diciembre con el Dr. Parcheminey, en 1949 el Dr. Courchet y en el mismo año, consulta a Lagache.

En 1951, Marie denuncia un brutal desgarro junto a un agravamiento de sus síntomas. Dice: "ya no vivo nada. Sólo existo aquí o allá pero mi vida está separada de mi existencia"[9]. Al mismo tiempo de quedarse sin director espiritual –a quien lo responsabiliza de sus obsesiones– pierde a su padre.

Llega a Lacan. En sus notas, se encuentran vicisitudes de la relación transferencial con Lacan. Ante el todo que se sitúa desde el lugar del amo, ella responde con un fantasma de ser pisoteada. El maltrato toma la forma de la exigencia de una obediencia sin límites.

Ante las quejas de Marie de ser maltratada, Lacan sitúa la responsabilidad del sujeto: "algo ha puesto de su parte para que así ocurra". El análisis revelará que mediante los síntomas, en los que la nada lo invade todo hasta poner en peligro la vida, algo del maltrato recibido del otro es devuelto a este último, aterrorizándolo. Así ella es atormentada y también, agente de un tormento que le hace sentirse más culpable.

La cuestión de lo femenino, ocupó un lugar importante en la cura. Hay notas de Marie donde Lacan se refiere a la religión como falocéntrica. Él la animaba a mandar a paseo "ese tipo de religión" y que "haga una adecuada a ella".

En 1953 viendo que el psicoanálisis no resuelve sus obsesiones, tiene nuevas consultas donde le aconsejan un choque insulínico y cura de sueño. Los primeros síntomas habían aparecido hacía 10 años, hacía 8, había empezado con consultas médicas y hacía 4, permanecía en una cura psicoanalítica –nombrada por ella como una angustia más–.

En el hospital de Bonneval, a los 12 días decide suspender tratamiento. Lacan había desaconsejado ambas curas, considerándolas como un acting out. Los "narcoanálisis" anteriores aplicado por Nodet, se inscribirán para Marie en esta lógica, en una zona de cruce entre el sueño y la muerte, que a su vez, evoca los castigos a los que se la había sometido su madre ante sus rabietas.

Acostumbrada a conducirme de acuerdo al pensamiento de la superiora, inclinada por el espíritu religioso.

Evitaba las comidas tanto como me era posible. Hacía nueve años todo lo relativo a los alimentos me obsesionaba: ya sea que los tomara o que me abstuviera.

Sobre la cura de sueño: recuerdo que el insomnio nocturno se hizo cada vez más frecuente y angustiante. Las obsesiones habituales seguían su curso con su ciclo constante. Los insomnios nocturnos estaban llenos de terror.

La confusión empezó a ser intolerable y los remordimientos, la culpabilidad remontaban. Había ido allá en busca de reposo, para relajar mi mente lejos del convento, con el falso pretexto de una falsa enfermedad, mi pretendido amor por Dios había sido falso, yo era una hipócrita. Y aflora el superyó: yo era la única responsable debido a mi perversidad, toda mi vida había tenido la única fidelidad a mi perversidad y por mentir, siempre quise conseguir que los demás tuvieran buena opinión sobre mí. Ahora toda esta malicia había sido descubierta y ya no podía seguir evitando las consecuencias.

Estas angustias no dejaron de crecer y de proliferar. Pedí suspender la cura. Iba a morir de podredumbre; mi muerte iba a ser simbólica de mi vida. Yo ya no era más que una masa de terror. Mi terror llegó a ser tal que sentí estar rozando la locura. La angustia ya no estaba a ningún motivo, ya nada la limitaba y nada en mí se le podía resistir, lo había sumergido todo[10].

Con la suspensión de la cura, desaparecieron las obsesiones. El miedo que ahora experimentaba era extremo y continuo pero sentía en mí que no era un miedo obsesivo. La decepción fue descubrir que debajo de las obsesiones ya no quedaba nada; porque yo me imaginaba que una vez pasadas las obsesiones volvería a estar como antes.

(las obsesiones) Ellas me expresaban, eran yo misma. Tenía necesidad de ellas –por mucho que me atormentaran, gracias a ellas conservaba cierta sensación de sobrevivir. En mí misma y fuera de mí, no encontraba más que vacío y soledad. Era incapaz de cumplir con los actos habituales de la vida espiritual. Las obsesiones movilizaban la conciencia moral además del pensamiento, la afectividad; pero el lugar del conflicto de donde había nacido se anudaba a la conciencia espiritual. Me sentía a mí misma como con una apariencia de vida, privada de la aptitud para vivir. Sentía todo mi ser atraído por la no existencia. Ya no estaba obsesionada por los alimentos, pero en mí algo desfallecía y perdía pie en cuanto veía u olía alimentos.

Volví al convento y al trabajo. Advertí que la moralidad de las cosas reprochadas no se debía a las propias realidades, sino a la intención con vistas a la cual yo las había llevado a cabo. Constaté que todo esto databa de mi primera infancia.

Siempre me había avergonzado mucho de mí misma…..era una vergüenza para mi familia, en la que yo desentonaba. Los hechos están relacionados con el hábito que tenían mis hermanas de decir de mí: "es demasiado tonta!". Se divertían mucho diciéndome, en el mismo tono, cosas verdaderas y otras falsas, gozando sin malicia de mi turbación, porque yo no sabía si debía creérmelas o reírme. Esto a los demás les parecía anodino, pero a mí me parecía trágico. Comparándome con los otros, yo estaba en mayor comunión con la realidad concreta, mientras que todo lo correspondiente al dominio de lo abstracto me parecía vacío y muerto, sin consistencia.

Destacaba por ataques de ira violentos y frecuentes. Entonces me sentía encadenada por una culpabilidad fatal. Las causas de estas irritaciones infantiles eran puramente físicas; cuando me ponía insoportable, mamá me dejaba tres días en cama y entonces volvía a estar tranquila. Estos accesos de cólera terminaban en arrepentimiento, con sollozos y un desamparo desesperante.

Hasta ahora, –desde los 15 hasta los 18 años– las obsesiones habían puesto dique a toda la energía desplegada para desprenderme de la opresión de tales decepciones y amarguras. –. Tenía en mi mente sin cesar que todo era fallido, incluso la realización de mi vocación.

Fui elegida por la priora general, para trabajar en la revisión de nuestras constituciones[11].

Al salir se contacta con Lacan quien le dice que ya no dispone de turnos y le encarga la redacción sobre su estadía en Bonneval. "De este modo inicié mi reconstrucción a partir de cero". Entre el 56 y el 57, Marie lo siguió visitando para supervisar. La relación se interrumpe cuando Lacan intenta cobrar esos encuentros al valor de una sesión. Límite preciso puesto por Lacan a cierta exigencia por parte de Marie de un tratamiento excepcional (en línea con el momento donde le dijo no a proseguir con las sesiones al salir de Bonneval).

Respecto a la cura con Lacan, relata: los cuatros años de psicoanálisis han afinado mi percepción de mí misma y de los demás. He llegado a conseguir comportarme independientemente de la persona con la que esté. Estoy empezando a recuperar cierta vida emocional y a sentir algunos movimientos afectivos actuales. Durante los 9 años de mis obsesiones, sólo experimentaba las emociones relativas a las obsesiones y siempre las mismas. Ahora experimento, las mismas emociones que antes, salvo la alegría, que ha vuelto pero bajo otra forma. Sólo la siento espiritualmente y es independiente de las circunstancias de la vida. Empezando a no ser la caricatura del amor.

Consigo desde el psicoanálisis, captar cuando se trata de los demás, el porqué de sus actitudes, alcanzando unas relaciones más pacíficas[12].

Comentarios de Mascola Ermina

su escritura está allí para recoger algo que siempre roza la dimensión de la locura. Lleva a hacer uso de la letra que contiene el goce.

"La posición del místico no se halla bien en el sentido, tal y como lo entendemos de modo coloquial. Quien se halla bien es Él. La mística enferma, se angustia, se tortura, es la que se pone a disposición de Él, describe los encuentros con Él, trabaja".[13] Ella logra alcanzar algo de paz, a través de la escritura, el trabajo en el convento, rigurosos ayunos. Para ello necesita aferrarse a su vocación contemplativa ya que es su única manera de relacionarse con Dios. Cada religiosa adapta la experiencia mística a su estructura. Ella tiene que inventarse de continuo estrategias para no perder su vocación "especial", las iluminaciones divinas que transcribe les hacen creerse superior a Teresa de Ávila. No acepta ser espiritual sin más. Quiere que se respete su naturaleza contemplativa total sin perderse en las diversas tareas de la congregación. Tal pretensión la lleva a lidiar con los otros y con la virtud de la obediencia. Se enferma de obsesiones y recurre a curas psiquiátricas y psicoanalíticas por propia voluntad.

Cómo funciona la oración? Será el lugar donde estará apartada para que no la arrastre las demandas del convento. Será su refugio pero con cierta prudencia. Concentrarse sólo en Él puede alejarla demasiado de sí.

Inventa algo masculino: el sacerdocio. Desde esta posición no ruega por los otros más que "en su nombre". No ocupa un lugar, sino que lo mantiene vacío para que sea de los demás. Responde así al mensaje divino: "no te extiendas. Quédate apartada. Yo te quiero voluntariamente apartada".

Cuando oye que Dios le dice: "usa mis bienes como si fueran tus bienes", se encuentra con demasiada libertad y sin límites. La frase se completa después: "puedes usarlos pero dando las gracias". Este agradecimiento regula el goce de los bienes.

Oye que le dicen: "mi gloria me concierne". Hay un punto de la relación con Dios que no se dice. Allí reside su autonomía, su libertad.

Su escritura la nombra trabajo, ciencia, estudio, vocación, experiencia de reposo del Padre. Escribir proviene de un imperativo divino: "mira lo que te muestro y escríbelo". Se trata de contemplar y transcribir pero sin hacer uso de sus facultades. Toma las palabras como le vienen, limitándose a trazarlas sobre el papel. Intenta fijar lo que ve aunque sepa que es imposible. "No se trata de una operación mía, sino de Dios en mí". Es un acto pasivo? "hay allí un recibir que no existiría sin la disposición a recibir. Cuanto más totalmente Otro es lo que se recibe, más activo se es en el abandono que lo deja caer. En el éxtasis, el abandono supone la desaparición del místico".[14]

Marie se siente insatisfecha de su escritura: "siendo las iluminaciones simples y plenas, las palabras son insuficientes y discordantes. Las visiones están llenas de intensidad y de realidad, la escritura lo aplana todo". [15] Siguiendo a Juan de Cruz, dice que para dar cuenta de la experiencia sirven más las palabras locas que los dichos razonables.

Encuentra una forma de escritura cercana al aforismo que restablece aquello que golpea repetidas veces de las iluminaciones: Ej.: "no puedo estar más que en mi cielohttp://www.revconsecuencias.com.ar/Pero puedo muy bien meter mi cielo en ti".[16]

Lacan dilucida que el nudo de la cuestión es el voto de obediencia. Su objetivo –le dice– no es enseñarle a liberarse de este complejo, sino a descubrir qué lo ha vuelto tan patógeno. Dice Marie de las sesiones: "Él me da seguridad porque comprende las cosas espirituales y nos las elimina como los precedentes, al contrario".[17]

A lo largo de su vida, ella ha estado dividida entre la contemplación y las acciones exigidas por la obediencia a los cargos que se le confían. Cuando enferma, estos sufrimientos se solidifican en ella.

Posfacio de Enric Berenguer

Su escrito explora de lo que se encuentra en una franja en la que el sentido vacila y la relación del sujeto de la palabra con su cuerpo parece estar a punto de desanudarse definitivamente. Marie se refiere a ese momento en que creía estar a punto de morir, rozando con la locura. No se trata de la muerte del organismo, sino de la pérdida radical del sentimiento de la vida. Experimenta lo que sería una pura existencia sin ser, soltadas ya definitivamente las amarras de la palabra[18].

Exigencias del amor. El amado, que en realidad es ante todo amante, exige sacrificios que pueden ser radicales. Su ser mujer no pasará por vías más o menos típicas, articuladas con la maternidad. Sus testimonios dan cuenta que el destino que se le propone, lo asume con cierta perplejidad. A los 16 años le revela a su madre el secreto de su vocación religiosa, aclarando que su deseo es estar sola con Dios.

Las delicias. La primera en 1929.Vivencia gozosa que se le manifiesta repentinamente, violentamente. Supone dolor y un "coraje extremo". Lo experimentado, lo bautiza como "gracia trinitaria". Durante esas horas de arrebato, se siente unida a Dios a través de lo que llama "su abrazo".

Experiencia, éxtasis místico donde se mezcla la delicia, el dolor y la angustia como elementos inseparables. Dolor y angustia que anticipan el abismo al que se verá arrastrada por un amor opuesto a la convención del mundo religioso y laico.

Su vida religiosa se mantiene dividida entre sus deseos de una vida contemplativa en soledad –su deseo– y las exigencias de la evangelización del mundo –la obediencia–. En otras gracias (1940, 1941) la manifestación del amor de Dios se mezcla con el reproche por no dedicarse enteramente a él.

La tensión entre dos obediencias incompatibles, vividas de un modo extremo, dará forma a sus padecimientos.

Marie destaca en Lacan el tener conocimiento espiritual. No disocia el dominio psicopatológico del dominio espiritual. Se refiere a "la dificultad moral en la que ud. se encuentra." Sitúa el conflicto moral en el centro del problema y de su solución. Rechaza separar la dimensión moral de su dimensión patológica y no alienta a resolver su conflicto de obediencia con una revuelta. En su lugar le plantea la posibilidad de que dicho vínculo sea satisfecho en toda libertad[19].

En la cura de sueño, el sujeto se encuentra con el reverso de los síntomas obsesivos: la realización de un fantasma aniquilador, tras el cual surge una nueva certeza, la de la falsedad y la podredumbre. Es esto lo que Marie, llama "rozar la locura". Sin la defensa de las obsesiones, a la angustia, nada la limitaba[20].

Lo extremo es algo que acompañó sus demandas, sus padecimientos.

Marie es una de las grandes referencias del psicoanálisis, por el conocimiento íntimo que pudo tener del Otro goce.

Encuentra en la mística, el refugio solitario en el que acoge el mensaje divino, una protección contra las imposiciones contradictorias del mismo superyó materno que la persigue[21]. Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hayun goce suyo del cual nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí los sabe. Lo sabe, cuando ocurre. No les ocurre a todas, dirá Lacan[22]. La experiencia mística resuelve la imposibilidad contenida en la fórmula sintomática "hombre y mujer" por la vía de una versión de La mujer[23].

Con Lacan, Marie arriba a una solución final, ligada a un significante preciso de su vida –sola–.

Marie y Encore

Lacan qué nos dice de la sexualidad femenina? No–todo. A partir de este testimonio, cómo ligar mujer, Dios y goce?.

Lacan evoca otro goce experimentado por la mujer. Un goce "loco" que experimentan las místicas. Cita a una de ellas –Hadewijch de Amberes– y se interroga: de qué goza?[24].

En lo que escribe Marie, ella describe lo que ve. Se trata de una visión interior.

Ese arrebato, es ese Otro goce del que habla Lacan a propósito de las místicas. Estas últimas, experimentan un goce que está más allá del goce fálico, que las mujeres experimentan, pero no todas.[25]

La arrebatada, la mística, está anonadada en la unión con Dios. Lo que el arrebato aporta es el goce. Marie testimonia sentir el éxtasis sin comprenderlo y que toda palabra es vana. La arrebatada es la elegida y goza por el hecho de ser elegida, amada[26].

Si bien Marie describe las delicias, como una experiencia gozosa en el abrazo de Dios, incluye el dolor y la angustia como elementos inherentes. La mística pone un velo sobre el desgarramiento de la integridad. Hay una identidad entre la femineidad y la ausencia. Ausencia del significante de la Mujer que remite al ausente: Dios. [27]

Sostiene Marie: "La unión con Dios exige una fuerte adhesión a uno mismo".

"Mírate para verme a Mí", oye que le dicen. Pero también debe saber que Dios sigue siendo Otro distinto de ella: "es preciso que tú no seas Yo para que Yo pueda unirte a Mí". Pareciera que Marie llega a ser una con Dios en el momento del goce. ¿Ella desaparece al ofrecerse a Dios? ¿Se debe a esto último, la angustia y el dolor que acompaña?

El escrito de Marie encierra un saber acerca del goce. Ella escribe sobre lo que ve y a veces, escucha. Lo que se lee del texto místico es un goce, un éxtasis.

Lo que se escribe en el texto místico es un delirio para enmascarar algo más insoportable. Tanto la angustia como el goce pertenecen a la categoría de lo real y escapan a lo simbólico. Ni la una ni el otro pueden decirse. En el límite, una y otro se callan o se gritan.[28]

Charles Mela propone esta fórmula: "lo propio de la mística es ser toda en aquello que hace a la mujer no ser toda. Ella nada puede decir de eso, sino solo experimentarlo, puesto que es en lo real, fuera del discurso, donde tiene lugar este goce".[29] Y adelanta: "la mística, por su no castración y su narcisismo (en el sentido de un retiro total de toda investidura de los objetos, para hacerla recaer sólo sobre sí misma) debe pagar un alto precio, dejando en ello la salud: su cuerpo se convierte en un jardín de suplicios"[30]. Este goce afecta al ser no al tener.

Lógica del cuerpo en las creencias

El cuerpo hablante se sitúa entre vacío y exceso[31]. Un cuerpo que no es biológico, que experimenta los afectos y pasiones.

Marie fue visitada por Dios. Lo esencial es no es hablar de ello partiendo de una interioridad del sujeto o del cuerpo. "¿Se puede hacer uno con un Dios de forma suficientemente profunda para comprender, para sentir al menos un poco el ser de un Dios?"[32]. En la jaculación, se encuentra cierta posesión disarmónica del cuerpo por el goce suplementario.

"El paganismo contemporáneo busca la prueba de la existencia de Dios en la sobredosis como éxtasis. El sujeto experimenta en ello la presencia del Otro. Entonces cree en ello"[33]. Esta sobredosis se puede alcanzar al elegir práctica de deportes peligrosos, viajes extraños; convertirse en bomba humana y gozar con su muerte. En nuestra época –dirá Laurent– encontramos las manifestaciones de la búsqueda de una presencia del Otro en nosotros mismos. El exceso de goce busca, no una interioridad, sino un encuentro.

Mística vs religión

La solución de los místicos no es religiosa. Si bien Marie era religiosa, su experiencia mística le traía problemas con compañeras, directores espirituales. Su solución está más emparentada con el arte; implica un tratamiento del vacío, una operación con el agujero de lalengua[34]. Mientras la religión mantiene el goce a raya y lo regula por rituales; asegura la participación de cada uno en el goce de la comunidad de los fieles. El místico, da un paso más, sabe que el goce es el goce del cuerpo propio, que no goza en nombre de otro, al menos eso es lo que experimenta en el éxtasis, aunque no sepa cómo. La utilidad de la religión –la de crear sentido para taponar la falta de relación entre los sexos está a contramano de la inutilidad del encuentro extático mismo"[35]. La religión prefiere el triunfo del sentido; el éxtasis místico lo rompe y se transforma en goce vivo, que se siente en el cuerpo.[36]

Mujeres

Las mujeres se amoldan al goce de que se trata, y ninguna aguanta ser no toda. El ser no–toda en la función fálica no quiere decir que no lo esté del todo…está de lleno allí. Pero hay algo de más. Hay un goce del cuerpo que está más allá del falo. Algo las sacude o las socorre[37]. Es allí donde se encuentran los místicos.

Qué es lo que a Lacan le enseñaron los místicos? "ellos gozaron con todo su ser del invisible Ser Supremo, lo sintieron, y testimoniaron de eso que sentían. Sentían el estremecimiento de la invisible presencia y oían la voz áfona del Otro."[38]

Del lado del goce femenino, suplementario se localizan las jaculaciones. Ese goce nos encamina a la ex–sistencia. La faz de Dios funciona como soporte de este goce[39]."El goce femenino no podría ser sin el goce fálico, pero da acceso a otra dimensión. El goce femenino encamina a un análisis hacia la ex–sistencia de lalengua."[40]

 
Notas
  1. Mascola, E,, "Necesidad y libertad en la experiencia y en la escritura de Marie de la Trinité" en Marie de la Trinité. De la angustia a la paz, NED ediciones, Argentina, 2018, p.67.
  2. Berenguer, E., "Posfacio" en Marie de la Trinité. De la angustia a la pazP.91
  3. Íbid, p.93
  4. Íbid, p. 91
  5. Íbid, p.93
  6. Mascola, E., "Necesidad y libertad…." Op. Cit,, p.71
  7. Berenguer, E., "Posfacio" en Marie de la Trinité. De la angustia a la paz, p.96.
  8. Trinité, M., De la angustia a la paz. Testimonio de una religiosa, paciente de Jacques Lacan, Ned ediciones, Argentina, 2018, p. 55.
  9. Íbid, p.107.
  10. Íbid, p.21.
  11. Íbid, p. 28.
  12. Íbid, p. 48.
  13. Mascola, Erminia, "Necesidad y libertad…." Op. Cit., p. 68.
  14. Íbid, p.76
  15. Íbid, p.76
  16. Íbid, p.77.
  17. Íbid, p.80
  18. Berenguer, E., "Posfacio" Op. Cit,, P.86
  19. Íbid, p.119
  20. Íbid, p.132
  21. Íbid, p.127.
  22. Lacan, J., Cap. 6: "Dios y el goce de L/a mujer" en Seminario 20, Aún, Paidós, Argentina, 1992, p.90
  23. Berenguer, E., "Posfacio" Op. Cit,, P.111.
  24. Lacan, J., Cap.6: "Dios y el goce…" Op. Cit,, p.92
  25. Íbid, p.89.
  26. Mela, P., "Los gritos de la santa (I)" en La psicosis en el texto, Manantial, Bs. As., 1990, p.86.
  27. Íbid, p.88
  28. Íbid, p.89
  29. Íbid, p.93.
  30. Íbid, p.93.
  31. Laurent, E., "Lógica del cuerpo hablante en la civilización", en Creencias, Grama, Bs.As., 2019,p.39
  32. Íbid, p. 41
  33. Íbid, p.42
  34. Lázaro, C. "En qué creen los místicos?" en Creencias, Grama, Bs.As., 2019,p.98.
  35. Íbid, p.100.
  36. Íbid, p.106.
  37. Lacan, J., Seminario 20, Cap.6: "Dios y el Goce de La Mujer", p.90.
  38. González Táboas, C., Mujeres, Tres Haches, Argentina, 2010, p.11.
  39. Lacan, J., Seminario 20, Cap.6, Op. Cit., p.93.
  40. González Táboas, C., Mujeres, p.101
 
Bibliografía
  • Trinité, M., De la angustia a la paz. Testimonio de una religiosa, paciente de Jacques Lacan, Ned ediciones, Argentina, 2018.
  • Lacan, J., Cap. 6: "Dios y el goce de L/a mujer" en Seminario 20, Aún, Paidós, Argentina, 1992.
  • Mela, P., "Los gritos de la santa (I)" en La psicosis en el texto, Manantial, Bs. As., 1990.
  • Laurent, E., "Lógica del cuerpo hablante en la civilización", en Creencias, Grama, Bs.As., 2019.
  • Lázaro, C. "En qué creen los místicos?" en Creencias, Grama, Bs.As., 2019.
  • González Táboas, C., Mujeres, Tres Haches, Argentina, 2010.
 
 
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