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Consecuencias
 
Edición N° 28
 
Diciembre 2023 | #28 | Índice
 
Sobre el estatuto de las redes sociales en la aplicación del método psicoanalítico en las psicosis [1]
Por Gustavo Dessal
 
Gustavo Dessal

Como muchos de ustedes saben, Argentina ha sido pionera en la demostración de que el método analítico podía trasladarse, con sus debidas modificaciones, de la consulta privada al ámbito hospitalario. Una parte de esa experiencia se ha integrado desde hace unos años en La Otra Psiquiatría, confiriéndole así una de sus marcas singulares, que dieron grandes frutos en el abordaje de los casos de neurosis y psicosis en sus variantes estructurales, abriéndonos a un vasto campo de fenómenos que desde la particularidad del paciente se extiende al ámbito del discurso social y comunitario. Eso define una política de acción y de teorización en la que los resultados son en general bastante satisfactorios.

En especial son los psiquiatras más jóvenes quienes han comprendido que el psicoanálisis es un aliado de la gran psiquiatría fenomenológica y su semiología. Esto último se lo debemos a la enseñanza de Jacques Lacan, que estuvo atravesada desde sus orígenes, y debido a su condición de psiquiatra, por un acento particular puesto en el problema de la psicosis.

Para Freud, el neurótico constituyó el paradigma del hombre moderno. Toda su concepción de la subjetividad, sus mecanismos y el método de aplicación de la cura, provienen del modelo de la neurosis. En 1908, en su texto La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna[2], trazó con gran precisión el drama del hombre moderno del siglo XIX y comienzos del XX, al que la civilización obligaba a una dolorosa renuncia en el terreno de sus deseos más íntimos, sin atender a la capacidad que cada individuo puede tener para soportar mejor o peor esta castración. En esa época, Freud percibe con perfecta claridad que la neurosis es la forma en la que el ser se realiza en la modernidad, y que en lo patológico encontramos la norma y no la excepción, puesto que el síntoma es el compañero inseparable de la vida, el único que jamás nos abandona, el que nos impide precipitarnos en una soledad absoluta. Se le cuestionó a Freud el haber extraído sus consideraciones sobre la vida psíquica a partir del sufrimiento de sujetos atormentados por sus síntomas, en lugar de considerarlos como desviaciones enfermizas de la normalidad. Pero Freud se mantuvo inflexible en este punto, aseverando que la normalidad es una construcción imaginaria, una abstracción que cierra los ojos y los oídos a la vida, tal como ella se manifiesta en su verdad humana.

Para Lacan, el hombre moderno, que anticipó al extremo de dibujarlo en la especificidad con la que actualmente somos capaces de reconocerlo, es alguien que ha perdido el sentido de la tragedia. Esto no significa, por supuesto, que la existencia actual del ser hablante no esté atravesada por la tragedia, ni que la civilización haya alcanzado un estado de bienestar que supera al precedente, ni que el sufrimiento no siga siendo uno de los principales ingredientes de la condición humana. Significa, más bien, que de todo ello el hombre moderno comienza a perder el sentido, es decir, comienza a dejar de leer en el dolor los signos de la verdad. Significa que el hombre moderno ha dejado de concebir una distancia entre su facticidad y las posibilidades de realización de sus sueños, porque la civilización actual no sólo no le exige una renuncia, sino que le inocula la convicción de que la felicidad está al alcance de cualquiera.

¿Qué era, para los antiguos, la tragedia? Era, ante todo, una lección de humildad. Era la aceptación de que el sentido de la vida humana, incluso el de la historia, estaba gobernado por fuerzas que no dependían enteramente de la voluntad ni del empeño del hombre, superado por la acción de un destino que los dioses imponían de modo inevitable. "Conócete a ti mismo", el célebre imperativo moral que auspiciaba el templo de Delfos, es la fórmula de la sabiduría, que no consistía en otra cosa que estar dispuesto a realizar el destino hasta su final. El destino ha sido reemplazado por un presente continuo, en el que sólo se nos invita a no perder la eterna oportunidad de ser dichosos. Porque ya ni siquiera la anatomía es el destino, diríamos hoy en día corrigiendo la convicción de Napoleón Bonaparte, puesto que la anatomía también forma parte de la lista de bienes de consumo ofrecidos al capricho del sujeto.

Esa es la razón por la que Lacan, a diferencia de Freud, tuvo la intuición de que el nuevo paradigma de la subjetividad debía pensarse en referencia a la psicosis. Todo el esfuerzo de su enseñanza confluye hacia una conclusión final que cuestiona la raíz misma de nuestros principios clínicos y epistémicos. La conclusión es que la esencia del hombre moderno, del hombre que es hijo de la muerte definitiva de toda tradición basada en la creencia, tanto religiosa, como ideológica o política, es la ausencia de pregunta. En el lugar de la pregunta, la respuesta se anticipa bajo la forma de una certeza que cierra la puerta al inconsciente. Quiero dar aquí al término inconsciente una significación al alcance de cualquiera que sea capaz de conservar un mínimo de honestidad en el ejercicio de la vida: el inconsciente es la distancia que existe entre nuestros actos y nuestra comprensión de su sentido. Esa distancia, que en el hombre freudiano constituía el núcleo de su conciencia desdichada y lo impulsaba a rescatar el imperativo délfico en la forma renovada del análisis, está a punto de cerrarse. Es por ese motivo que la psicosis, en singular, más allá de sus variaciones que pluralizan la forma en que se presentan ante la mirada del clínico, es a partir de ahora el modelo del hombre. Es por ese motivo que el Dr. Lacan, misteriosamente, predijo que la psicosis es la normalidad, es decir, la norma. Porque la normalidad, la normalidad como triunfo absoluto de la cosmovisión que rige la era actual, ya no es como antaño el resultado de una construcción ideológica, sino el producto de una verificación pragmática: el hombre ha dejado de creer en su síntoma, ha dejado de suponer que el síntoma tiene algo que decir. Paradójicamente, y a pesar de que en apariencia el sujeto psicótico habita un universo poblado por toda suerte de extrañas creencias, en el fondo es alguien que no cree en sus síntomas. No cree que sus síntomas encierren la cifra en la cual está atrapado el enigma de su ser. Una de mis pacientes, una parafrénica que ha llevado el desarrollo del delirio a una extensión rizomática, habla de que sus sueños son inducidos, es decir, que no provienen de su inconsciente, sino que son productos ajenos, creaciones que le son inoculadas en su mente por la acción de agentes exteriores. Algo similar a algunas sentencias judiciales americanas, en las que el homicida es exonerado de su acto por considerarse bajo los influjos de algún medicamento o conservante químico de los yogures.

Pero no es este el punto más importante de la normalidad, de la norma como descrédito de la relación del hombre con su síntoma. Lo más importante es el hecho de que el psiquiatra también se ha convertido en un ser normal, esto es, alguien que ya no cree que el síntoma tenga algo que decir. La imagen del psiquiatra, que compartía con el loco la megalómana pasión de ser un mediador entre las fuerzas del espíritu y los designios de los dioses, ha dado paso a la debilidad del funcionario que rellena cuestionarios, clasifica la correspondencia entre signos y manuales, y prescribe mecánicamente sustancias que el público demanda. Para la psiquiatría, que actualmente agoniza en el vertedero de los laboratorios, el síntoma sólo tiene que guardar silencio, puesto que así lo manda la norma y lo exigen los usuarios. No quedan lejos en la historia aquellas horas en las que la psiquiatría no podía concebir sus fines sin una alianza con la filosofía, y sin embargo de ellas nos separan actualmente un verdadero abismo, en cuya sima se consuma el definitivo desvanecimiento de la mirada del psiquiatra, a punto de convertirse en un auténtico iletrado del espíritu. Hablo aquí, por supuesto, de la terrible transformación de una disciplina que se diluye progresivamente en el flujo cientificista de la época, aunque de ningún modo olvido el constante esfuerzo de muchos practicantes por mantener la dignidad de que lo que alguna vez fue el oficio de alienista.

Desearía que no se oyesen en estas palabras una necia descalificación del inmenso valor de los psicofármacos, y de la imprescindible función que pueden cumplir en el alivio del sufrimiento psíquico. Se trata simplemente de recordar que, como lo afirmara hace muchos años Michel Balint, el médico se receta a sí mismo en la sustancia que indica, lo cual quiere decir que la acción del fármaco es indisociable de la mano que la entrega, así como de la palabra que propicia su confianza.

"¿Sería capaz de ayudarme?" -escribe Sandor Marai en su novela La hermana, en el momento en que el protagonista y su médico se encuentran. "Eso le pregunté con la mirada. Y él me la sostuvo con seriedad. No me lo aseguraba, pero era un hombre tenaz. Esa mirada iba a decidirlo todo entre nosotros. Porque lo que había dicho –"se curará...no suelo mentirle a los pacientes"- y lo que podía decir no eran más que palabras, aunque fueran ciertas. Pero lo que podía hacer por mí -inyecciones, rayos X, tratamientos y medicinas- resultaría inútil y vano si ambos, él y yo, no firmábamos allí, en ese instante, una especie de alianza y de contrato: que él era mi médico y, por tanto, sería capaz de curarme. Los dos sabíamos que todo dependía de eso: las palabras, los medicamentos y las terapias sólo vendrían a continuación"[3].

Esa mirada que lo decide todo, ese contrato secreto y mudo del que sin embargo habrá de depender la cura, es el poder que el psicoanálisis descubre en la transferencia. No creer en ella, error que contribuye a la muerte de la psiquiatría casi tanto como su dimisión en beneficio de un biologicismo generalizado, no significa anular su existencia, sino desconocer uno de los principios fundamentales en los que se asienta la acción médica, conocido desde los tiempos en los que la función del médico poseía un carácter sagrado, en el sentido propiamente ético del término.

¿Qué augurio cabe, pues, esperar para la psiquiatría de este nuevo milenio? Degradado su saber en los ambiguos postulados de la química y en los recursos paliativos de una psicología reeducativa, el psiquiatra, más que nunca, percibe el peso del aburrimiento y la burocratización en el ejercicio de su praxis, definitivamente divorciada de su antiguo lazo con la sabiduría. Y si ya no habrá de leer en el espejo roto de la locura el reflejo de lo más íntimo del ser, tal como supieron hacerlo sus antecesores, ¿qué le quedará sino el triste papel de intermediario en un comercio de cifras improbables, usuarios sin nombre y administradores sin alma?

Es por esa razón que la psiquiatría, más que nunca, debería reconocer en el psicoanálisis el aliado que podría auxiliarla en la recuperación de su antigua ciencia. Se equivoca al considerar que la única alianza terapéutica que resultaría válida es una psicología de animales domésticos, como si lo humano y la naturaleza no estuviesen desde siempre separados. Es posible una psiquiatría que, valiéndose de los indiscutibles servicios con los cuales la psicofarmacopea contribuye a paliar el sufrimiento subjetivo, no se desentienda de su antiguo compromiso con el misterio de la sinrazón humana, un misterio cuyas oscuridades conviene no iluminar por completo con falsos destellos, si no queremos correr el riesgo de que el delirio de una razón totalitaria nos seduzca para siempre.

Mi propia experiencia en mi juventud, hace ya casi cincuenta años, cuando trabajé en dos hospitales de Buenos Aires antes de emigrar a Madrid, me proporcionó una parte fundamental de mi formación. Debo a esta etapa una buena porción de lo que he podido aprender sobre las psicosis, en especial lo que Lacan señala a propósito del loco y su saber expuesto a cielo abierto, una sabiduría que lo convierte casi siempre en un sujeto asombrosamente conectado con lo real. Viktor Tausk, en su célebre ensayo sobre el aparato de influencia[4], es un claro ejemplo de que entre las psicosis y el discurso que corre existe un vínculo estrecho, a menudo premonitorio de los acontecimientos históricos. Eso nos obliga a replantearnos la idea de que el psicótico se haya fuera del discurso. Esta afirmación está lejos de cumplirse en todos los casos, del mismo modo que con los años hemos aprendido a regular nuestros propios prejuicios sobre las inflexiones simbólicas que considerábamos como umbrales que los psicóticos no debían franquear. Los testimonios del pase muestran que incluso algunos psicóticos cuyos análisis los ha llevado a orientarse ajustadamente en su estructura, pueden ejercer la práctica analítica de forma exitosa. He puesto un ejemplo extremo, pero supimos rectificar y dejarnos enseñar por el saber del loco, que en ocasiones puede asumir la paternidad y la vida sexual sin mayores inconvenientes que las infelicidades del neurótico ordinario.

Fue David Cooper, psiquiatra inglés, quien en los años 60, en consonancia con toda una era de sucesos que dieron un vuelco a la cultura occidental, acuñó el término antipsiquiatría. Tuve la fortuna de conocerlo, dado que en los 70 vivió durante un tiempo en Buenos Aires, atraído por la fecundidad y el enraizamiento social del psicoanálisis en Argentina. El doctor David Cooper, quien al igual que su colega Laing poseía una personalidad arrolladora, era él mismo un psicótico que en sus fases maníacas salía al centro de Buenos Aires a dirigir el tráfico. Alternaba eso con su asombrosa erudición psiquiátrica, filosófica, freudiana y marxista. Denunció antes que nadie la medicalización aplastante de los síntomas, cuestionó los conceptos de enfermedad mental, y conforme a una tradición que puede rastrearse hasta Pinel, creó un fabuloso movimiento internacional destinado a liberar la locura de las cadenas que la mantenían socialmente excluida, reducida al destierro manicomial, y ausente de la vida general de la polis.

La influencia de David Cooper fue muy grande, y recogida por gente de la altura de Thomas Szasz, Martin Luther King (que escribió un ensayo titulado La salvación del hombre está en manos de los inadaptados creativos), Michel Foucault, y el sociólogo Erving Goffman, unos de los más importantes en el siglo XX, estudioso de las instituciones totalitarias como los asilos y los manicomios.

Lacan no se mostró muy conmovido por la antipsiquiatría. En su lección del 4 de noviembre de 1971, dictada en el Hospital de Saint Anne, comenta que ha recibido una nota en la que se le solicita que tome posición sobre la antipsiquiatría. "Como si se pudiera tomar posición con respecto de algo que ya es una oposición"[5], le dice a su auditorio en tono de ironía. Y añade: "La cuestión de los enfermos mentales, o de lo que se llama, por decirlo mejor, las psicosis, es una cuestión para nada resuelta en la antipsiquiatría"[6]. Lacan ni siquiera se toma el trabajo de fundamentar lo que, pese a todo, es desde luego una toma de posición. Pero nos da una pista al considerarla una revolución, término que para Lacan designa un movimiento que gira hasta volver al punto de partida, tal como lo ha dejado muy claro en su seminario XVII, El Reverso del psicoanálisis[7]. ¿Y en qué consiste, según Lacan de la clase del 4 de noviembre de 1971 la revolución antipsiquiátrica? En la liberación del psiquiatra, que cumple un servicio social que puede muy bien ser cuestionado pero no abandonado. En síntesis, y conforme a mi propia interpretación de este comentario de Lacan, la antipsiquiatría conduce finalmente a una dimisión de la responsabilidad que el psiquiatra debe sostener.

La liberación de los locos los ha dejado en tierra de nadie, y es así como en los Estados Unidos, pero también en muchas urbes de todo el mundo, podemos comprobar que los psicóticos conforman la gran mayoría del pueblo de los homeless, sin refugio ni medicación alguna. La libertad promovida por la antipsiquiatría acabó por solaparse con la noción del "hombre libre"[8] que Lacan destacó en su ensayo Acerca de la causalidad psíquica. El loco es el verdadero hombre libre, el que no está sujetado por un significante amo que lo sostenga en la corriente de la significancia.

Este panorama, que por supuesto merece un recorrido mucho más fino y detallado, nos conduce al paradigma contemporáneo en el cual no existe rincón alguno de nuestra existencia que no esté cautivo en el ciberespacio, la aletósfera que Lacan predijo varias décadas antes de que Internet cambiase el curso de la civilización hasta extremos que resultan difíciles de concebir, y donde el límite lógico de la imposibilidad como axioma científico queda severamente cuestionado.

Desmond Upton Patton, profesor de Política Social, Comunicaciones y Psiquiatría en la Universidad de Pennsylvania, ha destacado que "subestimamos una y otra vez que las redes sociales no suponen algo virtual versus la vida real. Son la única vida real"[9]. Considero que esta frase tan rotunda da en el corazón de las cuestiones más cruciales a las que nos enfrentamos. Las redes sociales son el único espacio donde transcurre la vida. Se ha operado una suerte de transferencia a un ámbito que responde a una nueva cosmovisión. Es el sentido que debemos darle al término metaverso. El metaverso ha creado en sus inicios una gran confusión, puesto que ni siquiera los grandes inversores saben de qué se trata. Esta confusión supuso una caída bursátil de grandes proporciones en todas las compañías tecnológicas, especialmente en aquellas dominadas por Mark Zuckerberg y que se agrupan bajo el nombre de Meta, que ha sustituido al de Facebook. El metaverso no es un "más allá de la realidad". Es lo imaginario de lo simbólico, y la vida se genera, se desarrolla, triunfa o se descompone allí. Allí se trabaja, se busca el entretenimiento, se distribuye la riqueza, la miseria, el consumo, la violencia, el amor, el sexo y la muerte. Esto nos incumbe de lleno, puesto que el psicoanálisis y su clínica no están excluidos del metaverso.

Si pensamos que la alienación digital es un fenómeno que solo afecta a los adictos a las redes sociales, estamos sumidos en una auténtica desorientación. Es por ese motivo que la aproximación psicoanalítica a las psicosis, tema de estas Jornadas, debe orientarse por esta lógica, puesto que ha decretado la caducidad de categorías tales como izquierda y derecha, pese a que siguen empleándose por un desfase consuetudinario, es decir, por la fuerza de la costumbre y el retraso que todo desequilibrio tecnocientífico produce en las posibilidades de subjetivación de las que dispone el parlêtre.

Ya sea por un gesto de soberbia, ingenuidad o pasión de la ignorancia, los practicantes de la psicoterapia psicoanalítica podemos llegar a pensar que estamos resguardados por un velo mágico de creernos el Otro del Otro, lo cual nos llevaría a la extinción prematura. Prematura, porque Lacan invitó a seguir descifrando el misterio de la lengua antes de que la humanidad se cure del psicoanálisis. ¿Habremos leído esto último a la ligera? ¿Estábamos convencidos de haber alcanzado una suerte de garantía, a pesar de llenar de palabras las bocas y los libros con la noción de la inconsistencia del Otro?

El metaverso no es un metalenguaje. Es el lenguaje mismo a partir de la perspectiva que nos ofrece asomarnos a una clínica que, además de las nociones de continuidad o discontinuidad de las estructuras, se despliega en el mundo de las redes sociales. Thomas Szasz dijo una vez que si yo le hablo a Dios, eso se denomina "rezar", pero si Dios me habla a mí, se llama "esquizofrenia". No le faltaba humor a este talentoso clínico, y esta distinción no ha perdido vigencia, aunque muchas cosas han cambiado desde entonces. Ahora las redes sociales son el territorio donde se asientan miles de comunidades que se rigen por mecanismos de identificación, y que a diferencia de los fenómenos de masa estudiados por Freud, no requieren necesariamente la existencia de un líder, porque su dinámica no es piramidal sino metonímica, en buena medida organizada por mecanismos tecnológicos automatizados, capaces de crear ficciones acéfalas.

El psicótico, cualquiera sea la modalidad de su rasgo basal, de su posición paranoica o esquizofrénica, melancólica o maníaca, ya no está solo. Las redes sociales le dan la oportunidad de interactuar en el seno de una comunidad donde encontrar una pacificación de sus síntomas, o por el contrario una vía en la que supuran las pulsiones tanáticas. La decapitación de rehenes por los Yihadistas nacidos en las ex-colonias solo existe en la medida que ha alcanzado una difusión viral. El hecho fáctico, a pesar de su monstruosidad, es meramente anecdótico en las turbulentas aguas del mundo cibernético. El sufrimiento de cientos de miles de personas no es un fenómeno nuevo, La perversidad y la grandeza son instituyentes de la condición sexuada, hablante y mortal del sujeto. Lo distinto es que la sociedad virtual es donde también tiene lugar nuestra praxis, y la psicosis no puede desprenderse del lazo social que Internet le ha proporcionado.

La pandemia fue un extraordinario laboratorio de experimentación que tomó por completo desprevenidos a los adoradores del oro puro del psicoanálisis. Las aguas se dividieron entre los que se negaron de manera radical a emplear medios tecnológicos de tratamiento, en nombre de la presencia del analista[10], bello título que Jacques–Alain Miller dio a una clase del seminario XI de Lacan. Claro que la inesperada duración de la pandemia levantó una discusión que, además de permitir la continuidad de los tratamientos, puso a trabajar con menos sentido común el significado de aquello en lo que consiste la presencia del analista, que puede no existir en absoluto pese a estar físicamente con su analizante. Ya he hablado mucho sobre este tema, y no es preciso que añada hoy nada al respecto. Pero en retrospectiva resulta casi cómico que tantos psicoanalistas argumentaran que las pantallas excluían la dimensión del cuerpo, como si la mirada y la voz no fuesen las dos pulsiones omnipresentes en Internet, además de ser pulsiones paradigmáticas de las psicosis.

Desde las redes sociales, desde el único mundo en el que ahora el mundo se ha convertido, mal que nos pese, Dios nos habla. Nos habla y nos mira desde todas partes. A El ojo absoluto de Gérard Wajcman[11] podríamos añadirle La mirada absoluta, y ya tendríamos la configuración contemporánea del superyó tal como Lacan lo dedujo en su lectura de El malestar en la cultura[12]. El superyó, que, como abogado del ello, se convierte en el representante de los imperativos de goce, la instancia más tóxica y responsable de la reacción terapéutica negativa, que no es un mero avatar de una cura, sino uno de los fundamentos de la subjetividad: la vida no quiere curarse. Sin ese fundamento, entonces el programa de la felicidad podría cumplirse.

El señor A. es un paranoico (casi octogenario en la actualidad) al que atiendo desde hace muchos años. Para él, el descubrimiento de Internet ha supuesto un punto de inflexión extraordinario. Ha operado como reparación del fracaso del nudo RSI, que por ahora se mantiene. En la actualidad, trae por escrito a las sesiones notas sobre sus lecturas, en las que intenta dar respuesta a la célebre pregunta de Étienne de La Boétie a propósito de la servidumbre voluntaria. Considera que el psicoanálisis tiene el deber ético de comprometerse en la lucha contra el paradigma neoliberal y la destrucción del planeta. Ha hecho de sus interrogantes y sus notas una ocupación que llena gran parte de su vida actual. Que las redes sociales hayan contribuido a que el señor A. sea un defensor de la socialdemocracia en lugar de un fanático de la violencia pulsional que otros canalizan en plataformas de ultraderecha, es algo que solo puede atribuirse al hecho de que la locura es sin duda una posición ética que cada psicótico, uno por uno, asume a partir de lo indeterminado que singulariza a un ser hablante, más allá de su diagnóstico. Es mi interpretación a la problemática del metaverso, y por supuesto una manera de leer ese "Todo el mundo delira"[13] con el que Lacan se despide. El metaverso es donde vivimos, y en el que somos vistos y hablados desde todas partes.

 
Notas
  1. Versión abreviada de la conferencia de Clausura de las V Jornadas Internacionales de Psicoterapia de la Psicosis convocada por La Otra Psiquiatría, y dictada el 23 de septiembre de 2023.
  2. Freud, S., La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. Obras Completas. TIX, Amorrortu editores, Bs. As., 1992.
  3. Marai, S., La hermana. Salamandra, Barcelona, 2010, p.129.
  4. Tausk, V., "Acerca de la génesis del aparato de influir en el curso de la esquizofrenia" en Trabajos Psicoanalíticos, editorial Gedisa, México, 1983.
  5. Lacan, J., El saber del psicoanalista. Charlas en Sainte Anne 1971-1972, p.11.
  6. Íbid
  7. Lacan, J., Seminario 17. El Reverso del Psicoanálisis. Paidós, Argentina, 1992, p. 223.
  8. Lacan, J., Acerca de la causalidad psíquica. Escritos 1, Siglo XXI editores, Argentina, 1988, p.166.
  9. Patton, D. U., "A Systematic Review of Research Strategies in Qualitative Studies on School Bullying and Victimization", publicado en Revista Sage Journals, June 23, 2016.
  10. Lacan, J., "Capítulo X: Presencia del analista" en el Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Paidós, Argentina, 1992, p. 129.
  11. Wajcman, G., El ojo absoluto, Edit. Manantial, Bs. As., 2011.
  12. Freud, S., El malestar en la cultura. Obras completas. TXXI, Amorrortu editores, Bs. As., 1990.
  13. Lacan, J., "¡Lacan por Vincennes!", Revista Lacaniana de Psicoanálisis, 11, Grama, Buenos Aires, 2011, p. 11.
 
Bibliografía
  • Freud, S., La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. Obras Completas. TIX, Amorrortu editores, Bs. As., 1992.
  • Marai, S., La hermana. Salamandra, Barcelona, 2010.
  • Tausk, V., "Acerca de la génesis del aparato de influir en el curso de la esquizofrenia" en Trabajos Psicoanalíticos, editorial Gedisa, México, 1983.
  • Lacan, J., El saber del psicoanalista. Charlas en Sainte Anne 1971-1972.
  • Lacan, J., Seminario 17. El Reverso del Psicoanálisis. Paidós, Argentina, 1992.
  • Lacan, J., Acerca de la causalidad psíquica. Escritos 1, Siglo XXI editores, Argentina, 1988.
  • Patton, D. U., "A Systematic Review of Research Strategies in Qualitative Studies on School Bullying and Victimization", publicado en Revista Sage Journals, June 23, 2016.
  • Lacan, J., "Capítulo X: Presencia del analista" en el Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Paidós, Argentina, 1992.
  • Wajcman, G., El ojo absoluto, Edit. Manantial, Bs. AS., 2011.
  • Freud, S., El malestar en la cultura. Obras completas. TXXI, Amorrortu editores, Bs. As., 1990.
  • Lacan, J., "¡Lacan por Vincennes!", Revista Lacaniana de Psicoanálisis, 11, Grama, Buenos Aires, 2011.
 
 
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